AKHENATON Y LOS FARAONES DE AMARNA: UNA NUEVA VISIÓN.

Por el Dr. Nicholas Reeves.

Conferencia impartida en Madrid, 30 de Mayo de 2002.

Al norte de Egipto, sobre el año 1370 AC. la reina egipcia Tiye, la gran esposa real de poderoso faraón Amenofis III, dio a luz a un niño.

El segundo hijo al que pusieron el nombre de la divinidad que años después injuriaría: Amenofis, «El Dios Amón está satisfecho». Fue educado para una carrera sacerdotal en el templo de Heliópolis, centro del antiguo culto solar egipcio, y no estaba previsto que gobernase nunca. Para Egipto, como veremos, quizás hubiese sido mucho mejor si nunca hubiese...

  Al príncipe Amenofis se le conoce mejor hoy día por el nombre adoptado en su subida independiente al poder, o poco después, tras la muerte de su hermano mayor Tutmosis y un breve periodo de corregencia con su padre. Este nombre era Akhenatón, «aquel que es eficaz en el nombre de Atón». Y es precisamente Akhenatón el que evoca la imagen de un monoteísta moderado, casi como Cristo en carácter, nos es familiar a través de los documentos influyentes del gran historiador estadounidense James Henry Breasted a principios del siglo XX.

Para Breasted, Akhenatón era especial, un haz de luz tenue en el que él mismo, un cristiano devoto, veía como un mar de oscuridad espiritual –el primer individuo de la historia. Y el rey era, sin duda alguna, un gobernador de inteligencia poco común, creador del estilo artístico íntimo que caracteriza el reinado y autor de una de las composiciones literarias más sensibles de la antigüedad «El Gran Himno a Atón», que inspiró el salmo 104. Si era en parte algo excéntrico, con un rostro alargado y anchas caderas, Akhenatón también era extraño en su apariencia, un enfermo de la patología que hoy conocemos como «Síndrome Marfan». En pocas palabras, estaba tan lejos del tradicional faraón guerrero como podamos imaginar. Por lo tanto, el hombre tiende a verlo hoy en día como alguien brillante, cauteloso pero al mismo tiempo como alguien chapucero e idealista que tocaba el violín, como hacía Nerón cuando Roma ardía a sus pies.

  Con lo que hoy sabemos, Akhenatón de hecho, asegura ser la primera personalidad de la historia, sin embargo, ¿fue realmente la hermosa y torpe criatura que hoy se dice que fue? Este aspecto es el que me gustaría abordar esta tarde.

  El mejor punto de partida es la propia visión de los historiadores de la antigüedad sobre este personaje, y es aquí donde nos encontramos con el primer sobresalto. En contraposición con la valoración de Breasted de Akhenatón como un visionario benévolo, los historiadores de la antigüedad no encuentran nada digno de admirar o imitar en el reinado de este rey. De hecho, condenaron de forma unánime tanto al hombre como su misión. Para los egipcios, el faraón era «el enemigo de Akhetatón»–la ciudad que dedicó a su dios particular– y era también el responsable de la época de la rebelión.  Su reinado parece haber sido tan perturbador y sus ideas tan temidas y aborrecidas por los que le sucedieron, que todo recuerdo de él fue borrado de la historia. La imagen del faraón se desfiguró, sus cartuchos se destrozaron y sus monumentos se derrumbaron, al mismo tiempo que su nombre se omitía de forma voluntaria de todas las listas de reyes posteriores. Es como si nunca hubiese existido; y, hasta que hace 200 años se descubrieron las ruinas de su ciudad el-Amarna, Akhenatón permaneció completamente en el olvido. El delito del rey, como vemos, fue haber instigado la revolución desde arriba, en uno de los países más conservadores del mundo antiguo. De golpe y plumazo, las creencias de miles de años, fueron trastocadas por el rechazo autoritario por parte del faraón, de todos los dioses de la tradición de Egipto. En lugar de los muchos y diversos cultos de la antigüedad, impuso la norma no deseada de una sola esencia divina, el Atón o disco solar.  Aturdido por este nuevo dios, el hasta la fecha floreciente imperio Egipcio empezó a desmoronarse; y aún más desestabilizado por el cierre que ordenó Akhenatón de los antiguos templos, que eran el centro de poder del sistema egipcio, la economía se tambaleó. Diecisiete años después de su subida al poder, el país estaba al borde de la ruina.

El tratamiento que dieron a Akhenatón sus sucesores fue extremo, tanto, que yo creo que fue provocado por el héroe idealista y benévolo de la historia de Breasted. De hecho es difícil imaginar a cualquier criatura de bien provocar una reacción tan violente como esta,

por muy desafortunadas que hubieran sido las consecuencias de sus acciones. Está claro que Akhenatón fue odiado por su pueblo, y parece que este odio fue menos inspirado por su falta de acción que por sus maniobras de manipulador político.

Hoy tendemos a asumir que el poder real de Egipto era tan constante como lo muestra su arte, a simple vista, a los legos en la materia, sin embargo no fue así. El poder iba y venía, y desde el apogeo del poder real durante la era de las pirámides, las cosas habían cambiado. El tema más recurrente en la historia del Nuevo Reino de Egipto, 1200 años desde la época de las pirámides, es una disputa por el control del reino entre el trono y los sacerdotes del principal dios de Egipto, Amón de Tebas. Gracias al apoyo divino de Amón, los predecesores de Akhenatón lograron una serie de brillantes victorias militares en Siria y Palestina, y a partir de estas victorias se construyó un imperio. Sin embargo se produjo un grave inconveniente. El gran tributo que empezó a surgir en Egipto para dedicarse sobretodo al dios principal del país, hizo que los sirvientes de este dios se enriqueciesen y quisiesen conseguir más poder. Finalmente, los sacerdotes de Amón controlaron un estado virtual dentro de un estado, y pretendían llegar aún más lejos.

El punto crítico se alcanzó en el año 1480 AC. un siglo antes de que naciese Akhenatón. Tutmosis II, el monarca gobernante, murió y el trono pasó a su viuda, la esposa real principal, Hatshepsut, que bloqueó la ascensión al trono de su auténtico heredero, Tutmosis III, durante 15 años. Apoyando la ficción del nacimiento divino de la reina y por lo tanto su derecho a gobernar, el sacerdocio de Amón fue fundamental a la hora de elevarla al poder. ¿La recompensa? Anular la influencia y el poder temporales. Con otros llevando las riendas, sin embargo, el prestigio real decayó mucho.

Para nosotros, el interludio es muy significativo, ya que revela claramente la magnitud de las ambiciones del culto de Amón, y el peligro que suponía para el trono.

Por un corto periodo de tiempo, se levanta la cortina de la historia, para revelar una serie de gobernadores humanos vulnerables, y un reinado cuyo poder, a pesar de la propaganda grandilocuente de los muros de los templos de Egipto, fue bastante limitado. El grafito de la izquierda, que se encontró en el famoso templo mortuorio de la reina en Deir el-Bahari, lo dice todo. En pleno episodio de Hatshepsut, sin embargo, se puede discernir una reacción cautelosa y decidida por parte de la realeza, lo que pudieron haber hecho los sucesores de Hatshepsut para evitar que se repitiese esa intromisión, se hizo con toda claridad.

El peligro pudo haberse evitado de muchas formas. Desde el frustrado heredero Tutmosis III en adelante, la existencia y número de herederos de faraones se enfatizó públicamente por primera vez, para garantizar que la sucesión era legítima; y, durante algunos años tras el episodio de Hatshepsut, ninguna reina del rey gobernante sería elevada a la categoría tan influyente y trampolín de esposa principal.

Los reyes también echaron mano de otras bazas. Las antiguas lealtades reales entraron en escena, con el sumo sacerdote del norte Patmose, nombrado para dirigir el culto de Atón, neutralizando el poder del sacerdocio del dios del sur. Aún más dramático, las bases del poder real empezaron a ser replanteadas de forma radical. El objetivo, que trabajarían por alcanzar los sucesores de Hatshepsut era, reestablecer el reino en un equilibrio más fuerte y sólido: se regresaría de forma decidida a los valores de la era de las pirámides, en los que el estatus todopoderoso y divino del rey era irrefutable. Una época en la que el poder principal en los cielos era el dios del sol Ra, el rival más antiguo y menos politizado de Amón en el norte de Heliópolis.

Durante el reinado de Tutmosis IV, dos reyes tras Hatshepsut, se puede distinguir un rápido crecimiento de la promoción del faraón por el culto solar. A finales del reinado de Amenofis III, se sucedieron cambios más dramáticos. Se creía que, en la muerte, el alma del rey egipcio se unía con Atón, la energía sensible y solar del dios, ahora, aparentemente, en el momento en el que Amenofis IV-Akhenatón ascendió al poder como joven rey al lado de su padre, Amenofis III proclama que se unió con esta esencia divina en vida. El faraón ahora es un dios.

Con la muerte de Amenofis III se produjeron más cambios: a partir de este momento, el Atón se muestra continuamente en una nueva y peculiar forma incorpórea, como un disco solar lanzando sus rayos de luz y vida sobre Akhenatón y su familia y sólo sobre ellos, y, significativamente, los jeroglíficos que deletrean el nombre del Dios se contienen ahora en dos cartuchos.

¿Cómo se pueden entender esos cambios? ¿Qué significan?

De hecho, la conclusión está muy clara: el faraón Amenofis III y el dios cada vez más poderos de su hijo, el Atón, no sólo llegaron a ser uno– la divinidad solar de este rey ahora se formaliza en una iconografía abstracta que se asemeja al propio estado incorpóreo del faraón en la muerte. Con otras palabras, el Atón, centro de la venidera religión de Akhenatón, desde un principio parece haber sido su padre, Amenofis III.

Los primeros intentos de Akhenatón para rendir culto a Atón tuvieron lugar en Tebas, el antiguo centro del culto de Amón. Esta ciudad del antiguo dios, como sabemos por la inscripción, recibió en este momento, un nuevo nombre, Akhetatón, «Horizonte de Atón». Y ahí, en medio del reino de Amón, en el inmenso complejo de Karnak, Akhenatón decidió erigir unas estructuras inmensas, abiertas al cielo, para el culto de su nuevo dios.

Fue un reto muy valiente: con la arrogancia de la juventud, Akhenatón puso en evidencia a los problemáticos sacerdotes de Amón. Pero esto fracasó: la oposición a los planes del rey era muy fuerte. Lo que sucedió se narra en un pasaje de los documentos deteriorados de su estela fronteriza en el-Amarna: «fue algo peor que lo que habían oído cualquiera de los reyes que hubieron asumido alguna vez la blanca corona [del Alto Egipto]». Precisamente este “algo” nunca se especificó, pero podemos supones que se ha hecho sonar la alarma. Quizás, temeroso de su vida, Akhenatón decidió dirigirse a un territorio más amigable en el norte.

Abandonar la antigua capital religiosa fue una idea muy inteligente y una respuesta enormemente pragmática, de la que la historia de Egipto había sido testigo al menos una vez antes, con Ammenemes I, el que fuera fundador de Dinastía duodécima 600 años antes. Este antepasado, que estaba igualmente ansioso por esquivar los intereses hostiles del régimen que acababa de heredar, decidió establecer una nueva capital Itjtauy en el Fayum, durante un tiempo breve pero significativo en la historia de Egipto, justo antes de ser asesinado. Al dejar Tebas en manos de los sacerdotes de Amón, Akhenatón, según intuimos, pretendía quitarse de en medio a su principal oposición de una forma similar a la de Ammenemes I. Cualquier muestra de oposición a los cambios que el faraón quería imponer sería, según sus deseos, acallada por las oportunidades que la construcción de la nueva ciudad para su dios brindaba a su pueblo.

El emplazamiento de la nueva ciudad de Akhenatón tenía que ser una tierra virgen en el Egipto Medio: el-Amarna. En la antigüedad tuvo un nombre familiar, Akhetatón, un segundo «Horizonte de Atón»; el rey pretendió lograr en Amarna lo que no había conseguido en Tebas. La ciudad sería un auténtico pozo de cultura y control.

Abandonada poco después de la muerte de Akhenatón y nunca ocupada de nuevo, hoy día son numerosos los vestigios de esta ciudad: las ruinas de sus casas y templos, los sarcófagos vacíos de las tumbas exquisitamente decoradas, y, evidentemente, la serie de grandes aunque dañadas estelas que establecen los límites del emplazamiento.

Como ya he mencionado anteriormente, en cada una de las estelas estaba inscrita la proclamación fundacional por parte del monarca, de las que procede prácticamente todo lo sabemos acerca de los acontecimientos de la época. Pero ahora parece que la disposición física de los monumentos es igual de reveladora que los textos. Las estelas reproducen de forma sorprendente, a gran escala, el plano de la principal estructura religiosa de el-Amarna­, el Gran Templo de Atón. Es evidente que la nueva ciudad de Akhenatón, había sido concebida y diseñada con gran esmero como uno de los mayores edificios religiosos. Y, como todos los templos, este tenía su propio foco, que no era otro que la tumba real en sí. Ésta se encontraba al este de los acantilados a través de los cuales Atón renacía cada mañana.

No nos podemos hacer una idea de la relevancia de este descubrimiento. En efecto, con la tumba real como centro del esquema arquitectónico de Akhenatón, la naturaleza del objetivo del faraón queda claramente revelada. Asimismo, en la nueva teología, la tumba real no sólo era el sepulcro del propio Akhenatón, como lugar del renacimiento de Atón, sino que también representaba la resurrección de su padre y la de todos los reyes de Egipto, del pasado del presente y del futuro, que se hubiesen fusionado o que se fusionarían con la esencia solar.

El culto a Atón, en pocas palabras, se ha revelado no sólo como le culto del hijo hacia el padre, sino también como el culto al reino en sí mismo. La religión de Akhenatón era un culto evidente a los antepasados. Y fue el punto final a la avaricia y al oportunismo de los sacerdotes de Amón, en la reafirmación del poder real provocado por la humillación de Hatsheptsut un siglo antes.

Una nueva religión, un nuevo arte, una nueva capital, sueños nuevos... Éstos eran días emocionantes. Tiempos interesantes, como dirían los chinos. Pero una vez pasada la emoción del momento, la numerosa población de el-Amarna se vería inmersa en un aturdimiento emocional, a la deriva en un mar de incertidumbre espiritual. Para el pueblo de Egipto, la antiguo religión había calado y dirigido todos los aspectos de la vida y la muerte; ahora, con la prohibición de la misma por parte del rey, todo esto llegó a su fin.

Atón era un dios distante, poco claro en sus promesas, y aún peor, aunque todos podían verlo arriba en los cielos, la divinidad sólo era accesible a través del rey como su profeta. El faraón rendía culto al dios y el pueblo al faraón. Éste era un elemento más de la siniestra determinación del monarca de reafirmar el poder real y el pueblo llano egipcio apenas podía albergar esperanzas de cambios.

 En algún momento, entre los años 8 y 12 del reinado de Akhenatón, las cosas se complicarían aún más. Seguro en su ciudad, el rey desencadenó una persecución cruel y vengativa contra Amón y su consorte, la diosa Mut. Se dieron órdenes de eliminar las imágenes y nombres de dichos dioses donde quiera que se encontrasen, a lo largo y ancho del país. Esto fue concebido como un insulto y una humillación para los ambiciosos sacerdotes de Amón. Pero también suscitó un evidente temor entre el pueblo llano, ya que se eliminaron de los monumentos públicos los jeroglíficos que ofendían el nombre de Atón. Tal y como nos muestra la arqueología, se aplicó la misma crueldad a los pequeños objetos personales. Temeroso de ser encontrado en posesión de los artículos de la discordia, los mismos propietarios habían eliminado todo muestra ofensiva hacia el nombre de Amón, incluso en los minúsculos cartuchos del amuleto con forma de escarabajo que pueden ustedes apreciar aquí.

Tales muestras de autocensura aterradora y de lealtad aduladora eran presagios indicadores de la paranoia que comenzaba a asolar el país. Las calles estaban repletas de los matones del faraón: nubios y asiáticos armados con porras, que podemos ver en los relieves de la época. Parece que por aquel entonces la población tuvo que hacer frente al peligro de los maliciosos informantes.

Y en ese momento, según los documentos, se produce el anticlímax: silencio virtual. De los últimos años de la vida del rey apenas sabemos nada, el período llega a su fin con más pena que gloria. En el año 17 del reinado todo había terminado. Akhenatón murió y pronto sería enterrado, el poder quedó en manos de su mujer, la bella Nefertiti, quien acababa de ser elevada al status de joven faraón bajo los sucesivos nombres de entonación Nefer-nefru-aten y Smenkhkara. Y, en un intento desesperado por aferrarse al poder, encontramos a Nefertiti, negociando con los poderosos vecinos hititas. «Mi marido falleció», escribió Nefertiti. «No tengo un hijo varón. Pero dicen que tú tienes muchos hijos.» La carta de la reina acabó de forma alarmante: «Tengo miedo» Es evidente que Nefertiti-Smenkhkara se estaba aferrando al poder con la yema de sus dedos y, de hecho, pronto caería. Pero, quizás, no hubiese merecido la pena el esfuerzo. Como muestran las inscripciones de Tut-ankh-amón, el hijo y legítimo sucesor de Akhenatón, el rey hereje, le había legado un país en ruina económica y espiritual. Incluso antes de la muerte de Akhenatón, Atón se había terminado de forma efectiva como una fuerza de cambio, y pronto, como revelan los monumentos de Tuthankamón, Amón y los dioses de la antigüedad estaban en alza, capaces de reestablecer su apego a la monarquía y a escribir, ignorar, la historia, según eligiesen.

Dos décadas tras el fallecimiento de Akhenatón en el año 1319 A.C., Horemheb marcó el comienzo de la Dinastía decimonovena y de la línea real ramesida. Pronto, bajo la guía de Amón, la reacción a el-Amarna comenzó en serio, y se destruyeron todas las huellas del rey y del reinado atonista.

Con esta destrucción, se olvidaron los miedos que había dirigido la revolución de Akhenatón; demasiado tarde, serían recordados. Bajo Ramsés XI, sobre el año 1100 A.C., el sumo sacerdote militar del culto mimado a Ámón, Herihor, se declaró a sí mismo faraón.

La pesadilla de Akhenatón pronto se convertiría en realidad en apenas unos años, el único monarca real de Egipto era el propio Amón.

La época de Amarna es un tema que no deja de ser fascinante, de los muchos aspectos que contiene, esta tarde apenas ha habido tiempo para tocar algunos. El extraordinario estilo artístico, que se ve aquí en su aspecto más atractivo, la posible enfermedad de Akhenatón, la sofisticación de la nueva ciudad del rey, el-Amarna; el eterno misterio de la Tumba 55; y la actual estrella de la época, Nefertiti, la bella esposa de Akhenatón, una mujer que fue elevada a la categoría de joven faraón por su marido, y que albergaba claramente las ambiciones de Hatshepsut para ella misma. Cada una de ellas se merecería una conferencia a parte.

Del propio Akhenatón creo que ahora ya conocemos lo fundamental. Más reaccionario que revolucionario, fue el último en una línea de reyes para los que la humillación de la traición de Hatshepsut al ambicioso sacerdocio de Amón fue muy real. Esta humillación, y la propia educación del rey, al parecer, bajo el sacerdocio rival de Ra en Heliopolis, le inculcó la decisión de aclarar las cosas volviendo atrás en el tiempo. Su objetivo era restablecer las estructuras del Antiguo Reinado, un periodo de fuerza y pureza en el que los gobernadores gobernaban sin ataduras al poder, como pretendían los dioses, periodo donde se lograron milagros como el de las pirámides. Fue una visión atractiva, pero el deseo de Akhenatón de realizarla, infringiría el inenarrable sufrimiento en su pueblo. A mi modo de ver fue una experiencia oscura y terrible, lejos de la visión que nos ofrecía James Henry Breasted de Amarna y de su rey pasivo.

Sin embargo, nos equivocaríamos si nos hiciésemos creer que ya se ha dicho la última palabra sobre Akhenatón y su época . Incluso si empezamos avanzar a la hora de entender la historia de Amarna, aún queda mucho por hacer. Tenemos que tener en cuenta siempre los escasos materiales con los que estamos obligados a trabajar los egiptólogos, recordando esos hechos tan duros que se relacionan con esta época tan extraordinaria son desgraciadamente muy pocos, y que nuestra documentación es poco sistemática. En un intento por reconstruir la historia de esta época, de hecho estamos tratando con un puzzle del que no sólo nos falta la pieza clave sino la mayoría de las piezas. Antes de que un egiptólogo pueda afirmar la validez absoluta de cualquiera de los escenarios que él o ella propone, tendrán que presentarse más pruebas sobre las que trabajar.

Por todo lo cual las investigaciones para conseguir nuevos datos están siguiendo adelante, dirigidas por Barry Kemp y la Egypt Exploration Society, en el-Amarna; pero también en el periodo más reciente de Amarna, por mí mismo, Geoffrey Martín y el Proyecto de Tumbas Reales de Amarna en el Valle de los Reyes, el emplazamiento donde finalmente se reenterraon Akhenatón y su familia durante el reinado de Tutankhamón. En el Valle de los reyes sólo uno de los entierros de Amarna se ha identificado, la muy controvertida KV55, que creo que ha sido la tumba de Akhenatón y su madre Tiye. Ambos fueron enterrados originariamente en la gran tumba real de el-Amarna, donde fueron sepultados con él la segunda esposa de Akhenatón, Kiya, y la segunda hija del rey, Meketaten. Los re-enterramientos de Kiya y Meketaten en el Valle, aún se desconocen. Y, por supuesto, está la propia Nefertiti, la poderosa reina en torno a la cual gira gran parte del periodo de Amarna. ¿Dónde fue enterrada? Yo creo que también en el Valle de los Reyes.

Mis propias excavaciones en el Valle ya se han prolongado por cuatro temporadas. Los trabajos volverán a empezar en noviembre de este año, y las perspectivas son apasionantes. Hay muchas posibilidades, según creo, de que el yacimiento contenga aún un nivel inferior de tumbas, de las cuales Tuthankamón fue la primera que se descubrió en 1922. Entre 1922 y 1998, se llevaron a cabo muy pocas excavaciones, sin embargo, el Proyecto de Tumbas Reales de Amarna ha empezado a investigar esta capa inferior. Y, de forma muy alentadora, los materiales de la época de Amarna ( que son muy escasos en este yacimiento) están empezando a salir a la luz: cerámica funeraria pintada de azul, vasos Canopos y, lo más emocionante de todo, esta gran ostraca que lleva un boceto de un sacerdote, en el típico estilo de Amarna.

Por lo tanto, cada día se añaden nuevas piezas al puzzle de la historia de este periodo, y está claro que, con un mayor trabajo en el-Amarna, en el Valle de los Reyes, y en cualquier otra parte, mucho de lo que aceptamos hoy día como histórico quizás tenga que replantearse. La historia de Akhenatón y su época es una historia que evoluciona, y cada vez es más apasionante.

Gracias.

(Traducido por Dña. Mónica Colmenero).