TUT-ANJ-AMON

Por. D�a Teresa Bedman.

Del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto.

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Tut-Anj-Amon. Museo de Luxor. �I.E.A.E

Este rey, el que hace el n�mero trece de la lista de los soberanos de la dinast�a XVIII, sigue siendo hoy una figura enigm�tica para los egipt�logos, y ello, a pesar de la fama que el descubrimiento de su tumba y los tesoros all� enterrados han tenido y tienen en todo el mundo. A la vista de los datos que conocemos parece que debi� morir a una edad determinable entre los diecis�is y los diecisiete a�os.  Los documentos conocidos le conceden entre nueve y diez a�os de reinado, con lo que podemos aseverar que, cuando fue entronizado no contar�a con m�s de ocho a�os de vida. Este joven rey que se vio envuelto en los avatares del naufragio del periodo am�rnico fue v�ctima de los acontecimientos pol�ticos y religiosos de su momento. Al nacer le impusieron el nombre de Tut-Anj-At�n, es decir �la imagen viviente del At�n� y este detalle ha inclinado a ciertos autores a pensar que, por ello, habr�a nacido en la ciudad de El Amarna, y, en consecuencia, habr�a sido hijo de Aj-en-At�n.

Sin embargo, nada de �sto es indiscutible. Lo cierto es que las numerosas excavaciones realizadas en la ciudad del Horizonte del Disco no han entregado ni un solo objeto o inscripci�n que hagan referencia al pr�ncipe Tut-Anj-At�n, por lo que no se puede afirmar que el ni�o hubiera nacido en dicha ciudad. Por el contrario, s� existe una representaci�n de Tut-Anj-Am�n en las rodillas de su nodriza, la Dama Maia, que fue incluida en la tumba de dicha mujer, en Sakara, lugar bastante alejado de El Amarna.

En todo caso, y fueran cuales fueren los antecedentes familiares de Tut-Anj-Am�n, s� parece acertado reconocer en �l al personaje en el que todo el mundo vio al rey con derecho leg�timo para ocupar el trono de Egipto despu�s de la restauraci�n del culto a todos los dioses y la abrogaci�n de las creencias y pr�cticas del mundo am�rnico.

Fue desposado con una de las hijas de Aj-en-At�n llamada Anj-es-en-pa-At�n, quien tambi�n cambi� su nombre por el compuesto con el del dios tebano Anj-es-en-Am�n �Ella vive del (dios) Am�n�, as� que se decret� la restauraci�n de los cultos tradicionales, lo que se realiz� principalmente en la renovada capital de Egipto, la gran ciudad de Menfis, en el norte.

El reinado de este joven no produjo ning�n acontecimiento destacado en s� mismo si no se considerase que los m�s importantes sucesos de este momento hist�rico se desarrollaron en la intimidad del ambiente del Palacio Real.

Anj-es-en-Amon. Templo de Luxor. �I.E.A.E

 All�, ciertos personajes que hab�an protagonizado el movimiento am�rnico intrigaron, primero para actuar a favor de Aj-en-At�n y, luego, para desmontar el mundo creado por el rey hereje. As�, el Padre Divino Ay, que suceder�a a Tut-Anj-Am�n en el trono de Egipto, fue un hombre que intrig� y, posiblemente, colabor� para provocar la muerte del joven rey.

Sin embargo, el gran misterio de Tut-Anj-Am�n residi� en su triste final. Al principio de su reinado, como era normal en el caso de todos los soberanos de Egipto, este rey orden� que se comenzara la excavaci�n de su tumba en el Valle occidental, un Uadi situado algo al oeste del Valle de los Reyes. Tut-Anj-Am�n segu�a, de este modo, la tradici�n instaurada por Amen-Hotep III en esta materia. Los acontecimientos de Palacio condujeron, sin embargo, a otro resultado. Las observaciones llevadas a cabo sobre la momia del rey por diferentes especialistas actuales han determinado que, quiz�s, su muerte pudiera haber estado provocada por un traumatismo en el cr�neo. De ah� en adelante se ha deducido que la causa de la muerte hubiera podido ser provocada, es decir, que el rey podr�a haber sido asesinado. En todo caso, la tumba que ten�a destinada en el Valle occidental nunca fue ocupada por su momia. All� se hizo enterrar su sucesor, el fara�n Ay.

Las exequias de Tut-Anj-Am�n se celebraron, por el contrario, en el Valle de los Reyes, en una peque�a tumba, actualmente numerada como KV 62, donde literalmente se amontonaron muebles, objetos rituales y personales, y art�culos de toda clase, junto con la momia del peque�o rey. Lo m�s curioso, y a la vez extra�o, del enterramiento fue  constatar que la mayor parte del mobiliario f�nebre del rey hab�a pertenecido antes a Aj-en-At�n y a Se-Menej-Ka-Ra. Sus nombres suprimidos fueron sustituidos por los de Tut-Anj-Am�n.

La importancia menor del hipogeo, junto con la ubicaci�n del mismo a pocos metros del lugar donde un rey muy posterior, Rams�s VI, se hizo excavar su tumba, fueron factores determinantes para que se olvidara que Tut-Anj-Am�n existi� alguna vez. La entrada a la tumba qued� borrada bajo las monta�as de fragmentos de caliza provenientes de la excavaci�n del hipogeo de Rams�s VI.

As� pasaron cerca de dos mil quinientos a�os, hasta que los destinos de un hombre terco y aferrado a la tierra egipcia y los del joven fara�n se cruzaron en le tiempo: Howard Carter realiz� el mayor descubrimiento arqueol�gico de la historia en noviembre del a�o 1922. De este modo Tut-Anj-Am�n volvi� a vivir.