TUT ANJ AMON, EL ÚLTIMO REY LEGÍTIMO 

DE LA DINASTÍA XVIII.

 

Por. Dña Teresa Bedman.

Del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto.

Publicado en la Aventura de la Historia, Noviembre, 2002.

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La, al menos, tres veces milenaria historia de Egipto posee pocos ejemplos tan patéticos como la historia de un niño que fue hecho rey de las Dos Tierras en medio de las dramáticas circunstancias provocadas por un torbellino pasional como no hubo otro.

Este personaje, que salió de las brumas de la historia, -donde deliberadamente le habían colocado sus inmediatos sucesores-, por obra y gracia de una obsesión, la del ya inmortal Howard Carter, tenía poco más de ocho años cuando fue designado para ejercer la realeza de un país en ruinas, absolutamente destrozado por la conmoción de un largo proceso de lucha política y religiosa, probablemente nunca antes conocido en las tierras de Egipto.

El niño Tut-Anj-Aton (La Imagen Viviente del Aton) -pues ese era su nombre de nacimiento- se nos presenta como una figura salida de la niebla y rodeada de grandes misterios: ¿Quiénes fueron sus progenitores?, ¿dónde nació?, ¿por qué fue él el elegido para ser el rey que llevó a cabo la restauración del culto a los dioses después de la persecución amarniense?, ¿cómo murió?, ¿fue asesinado por orden de su sucesor en el trono, el Padre Divino Ay?, ¿es cierto que en su tumba se han hallado gran cantidad de objetos propiedad de otros reyes del periodo amárnico como si hubiesen sido enterrados allí como objetos malditos?.

En una palabra ¿quién fue en realidad este pequeño mártir, sacrificio propiciatorio ofrecido al monstruo del poder y la ambición humanas?.

Los antecesores de Tut-Anj-Amon.

La realeza egipcia surgida de la guerra de liberación nacional contra los Hicsos, hacia el 1550 a. de C., había llevado a Egipto a las más altas cotas de poder e influencia de su historia. Por el Este, las fronteras se extendieron probablemente hasta el mismo curso del río Eúfrates, en el norte de Siria, mientras que, por el Sur, sus tropas y factorías alcanzaron la quinta catarata del río Nilo, en el corazón del actual Sudán, algo antes del lugar donde confluyen los cauces del Nilo Blanco y el Azul.

De tal modo, las riquezas afluyeron a Egipto como el propio río traía el limo todos los años con su crecida. La tierra amada se convirtió en el centro del mundo conocido entonces. El poder de sus reyes era inmenso.

Pero la construcción de este inmenso edificio político y económico tenía su principal fundamento y apoyo en una gran idea religiosa que daba su alma al país mismo: la sombra del poderoso dios Amón se cernía sobre todo este complejo entramado de poder y de gloria.

Los reyes de la nueva dinastía creada por Ahmosis habían sido apoyados por el clero del dios tebano desde el principio. Desde su ciudad de Karnak el dios gobernaba el mundo a través de su hijo, el faraón. El rey era el encargado de administrar todo ese inmenso patrimonio, pero, para rendir cuentas y entregar lo mejor de sus rendimientos al poderoso clero del dios.

Esta situación fue provocando una serie de inevitables tensiones entre la casa real y la jerarquía religiosa amoniana que, finalmente, desembocarían en la ruptura provocada bajo el reinado de Amen-Hotep III, y consumada bajo el del tristemente célebre Aj-en-Aton.

El que, probablemente, fuera abuelo de Tut-Anj-Amón, Thutmosis IV, inició ya un decidido alejamiento de la asfixiante tutela de Amón. Fue él quien activó el movimiento de influencia solar que trataría de colocar al rey de Egipto bajo la protección del dios Ra Hor-Ajty para hacer frente al insoportable poder del dios Amón.

Su hijo y sucesor, Amen-Hotep III, se convertiría, él mismo, en el Atón viviente, es decir, en la expresión divinizada del sol sobre la tierra y, finalmente, el hijo de éste y de la reina Tiy, Amen-Hotep IV, llevaría esta revolución hasta sus últimas consecuencias, cerrando los templos de Egipto y tratando de imponer un solo culto a un solo dios : el Atón manifestado en el disco solar que cruza el firmamento.

 

El gran misterio de los padres del príncipe Tut-Anj-Aton

La primera cuestión a desentrañar por los egiptólogos, es averiguar de quien fue hijo el príncipe Tut-Anj-Aton.

No hay ningún acuerdo entre los especialistas a propósito de este asunto. Unos, lo declaran hijo de Aj-en-Aton y de una reina secundaria llamada Kiya; otros, del padre del anterior, Amen-Hotep III y de la reina Tiy, pero lo cierto es que ninguna de ambas propuestas se ha impuesto definitivamente.

Por fin, queda una tercera posibilidad: que Tut-Anj-Amon fuera hijo de Amen-Hotep III y de la Gran Esposa Real Sat-Amón, la primogénita habida con Tiy y desposada por su propio padre en el año treinta de su reinado, durante la celebración de la primera fiesta jubilar del rey.

A favor de la tesis de la paternidad de Aj-en-Aton testifica el hallazgo de un bloque en Hermópolis, probablemente procedente de un edificio construido por este rey, que habla de que el príncipe, es hijo de su cuerpo, (sin que conste el nombre del rey que lo declara como tal), lo que equivalía en la mentalidad egipcia a declararlo su hijo biológico. Pero, es lo cierto, que la misma inscripción se encuentra recogida en un arquitrabe de la gran columnata del templo de Luxor, -ésta vez referida a Amen-Hotep III-, por lo que ambos datos deberían ser descartados en esta encuesta. Debido a su posible naturaleza propagandística, que pudiera alterar la realidad histórica, tampoco se suelen admitir las diferentes inscripciones halladas en templos, en las que Tut-Anj-Amon se declara continuador de las obras de su padre Amen-Hotep III.

Sin embargo, sí hay otras observaciones que hacer al respecto, tales como el nombre que se le impuso al nacer, que significa ‘La Imagen del Atón Viviente’. Es muy probable que esta frase fuese una clara referencia a su padre carnal: él era la viva imagen de su padre.

Pues bien, el único ‘Atón Viviente’ que conocemos fue el rey Amen-Hotep III, que se divinizó a sí mismo como tal durante su primer Jubileo, celebrado en el año treinta de su reinado. Además, sabemos que, aproximadamente, en las mismas fechas el futuro Aj-en-Aton celebró en honor de su padre, Amen-Hotep III ‘El Atón Viviente’, otra extraña fiesta Jubilar destinada a reforzar la imagen divina solar del primero.

Otro importante dato a tener en cuenta para tratar de conocer la paternidad del pequeño rey reside en el hecho de que, entre su ajuar funerario se halló un collar del que pendía efigie de Amen-Hotep III, todo ello de oro.

Finalmente, parece lógico pensar que, cuando se produjo el retorno al régimen ortodoxo bajo la tutela del dios Amón, se eligió para llevar a cabo la restauración de los cultos de los dioses a una persona en la que tenían que confluir necesariamente las condiciones de sucesor legítimo del último rey reconocido por la ortodoxia e hijo de una Gran Esposa real. Además ninguno de éstos podrían ser, evidentemente, ni Aj-en-Aton, ni Nefert-Ity, personajes altamente indeseables para el clero de Amón.

Todas estas exigencias apuntan a considerar al rey Amen-Hotep III como el verdadero padre del príncipe.

Queda ahora, tratar de averiguar quién hubiera podido ser la madre.

El primer impulso fue declarar a la reina Tiy como la mujer que dio la vida al infante Tut-Anj-Aton. Un mechón de cabellos hallado junto a la estatuilla de oro de Amen-Hotep III en la tumba del pequeño rey dio una posible pita en tal dirección. Al parecer, la estructura del cabello hallado coincidía altamente con la del existente en la cabeza de una momia de mujer hallada en la cachette de la tumba de Amen-Hotep II, en el Valle de los Reyes. La propuesta de identificación de dicha momia con la reina Tiy podría confirmar que los cabellos del relicario hallado entre el ajuar funerario de Tut-Anj-Amon, podrían haber sido de Tiy y, por tanto, que Tiy hubiera sido su madre. Pero, se impone la evidencia biológica que sugiere que una mujer de más de cuarenta y cinco años, en aquélla época, es muy difícil que fuera fecunda.

Por otra parte, sí había una mujer que pudiera haber sido Gran Esposa Real y estar en edad fértil. Esta era la Reina Sat-Amon, hija de Amen-Hotep III y de la reina Tiy, que fue desposada por su padre Amen-Hotep III al ser divinizado como el ‘Aton Viviente.’

Así pues, he aquí el círculo cerrado. Un príncipe, hijo directo del gran Amen-Hotep III, último rey reconocido en las listas reales que excluían el proceso amárnico, e hijo de una Gran Esposa Real, también del último periodo legítimo a los ojos de los sacerdotes de Amón, fue el elegido para ocupar el trono de las Dos Tierras y ceñir la Doble Corona en el nombre del poderoso dios Amon: éste fue el rey niño Tut-Anj-Amon.

La razón por la cual no se ha encontrado ni un solo objeto con el nombre de Sat-Amón en la tumba de su posible hijo habría que explicarla por medio de la aversión que ella despertaba en el sucesor del rey difunto, el Padre Divino Ay, encargado de organizar todo lo relativo al enterramiento del joven rey. Sat-Amon ya habría muerto años antes y, simplemente, se decidió desvincular la memoria de la reina de la de su hijo.

El lugar de nacimiento del príncipe

Se ha manejado insistentemente la idea de que Tut-Anj-Aton tuvo que nacer en la ciudad del Horizonte del Disco ‘El Ajet-Aton’ de Amarna. Esta teoría, carente de prueba alguna que la fundamente tiene su apoyo en la interpretación histórica del periodo, a la vista de aquellos que han venido negando la existencia de una corregencia entre Aj-en-Aton y su padre Amen-Hotep III.

Admitido que ambos reyes pudieron tener cortes paralelas y reinados conjuntos durante un periodo mínimo de once años, la forzada hipótesis de que el príncipe debió nacer necesariamente en el Amarna pierde mucha fuerza.

De hecho, no se ha encontrado en El Amarna ningún dato concluyente que pruebe la mera presencia del príncipe Tut-Anj-Aton. Ciertamente se conocen improntas y anillos con el nombre de Tut-Anj-Aton hallados en la ciudad de Aton, pero no son pruebas concluyentes de nada, al tratarse de elementos fácilmente transportables.

Otra pregunta sin respuesta surge en la investigación: si Tut-Anj-Aton hubiera sido hijo de Aj-en-Aton, habría sido el único hijo varón del rey. ¿Es posible admitir que se encuentren por toda la ciudad numerosas alusiones y representaciones de todas las hijas del rey, y se omita la mención del único varón nacido del soberano?.

Otra posibilidad digna de ser tenida en cuenta es aquélla que propugna la ciudad de Malkata, en Tebas, como el lugar del nacimiento de Tut-Anj-Aton.

Sin embargo, un dato arqueológico de suma importancia ha venido a sumarse en los últimos tiempos al puzzle Tut-Anj-Amon. Se trata de una tumba hallada por Alain Zivie en 1997, en el Bubasteion de Sakara que, conforme a sus relieves e inscripciones, perteneció a una mujer llamada Maia, la cual fue ‘nodriza del rey Tut-Anj-Amon’.

Sakara era la necrópolis de la ciudad de Menfis, la gran capital del norte y el cargo de nodriza real no tenía, en el caso de las mujeres que lo llevaron, ninguna implicación simbólica. Normalmente, cuando nacía un príncipe real y la madre no podía, por alguna razón, amamantarle, se encargaba de esta tarea nutricia a una dama de alto rango, que hubiera tenido un hijo recientemente.

Así pues, dos conclusiones surgen de modo inmediato: la primera, que una mujer residente en la ciudad de Menfis fue la nodriza del príncipe Tut-Anj-Aton y, la segunda, que para ejercer tal función debió ser elegida para amamantar a un recién nacido que, forzosamente, había visto la luz en la ciudad donde la nodriza vivía. Así pues, esta ciudad no podría ser otra que la misma Menfis.

En suma, podría admitirse que Tut-Anj-Aton nació en Menfis, la gran capital del norte de Egipto.

Como natural consecuencia de lo anterior, parece que el joven príncipe habría sido criado lejos de la ciudad de El Amarna. En el mismo Menfis o, a lo más, en la ciudad Palacio de Mi-Ur, cerca de El Fayum.

En cualquier caso, las convulsiones de los últimos momentos del periodo amárnico sucedieron mientras nuestro príncipe se encontraba a salvo de la marea, debidamente protegido en lugar seguro, como el recambio y garantía de la reinstauración del régimen ortodoxo,  para cuando todos los excesos del llamado rey hereje y su familia hubieran pasado.

La subida al Trono de Egipto

La idea más admitida por los egiptólogos respecto del ascenso o designación de Tut-Anj-Aton para ocupar el trono de Egipto es que, este príncipe habría sucedido al rey llamado Anj/(Anjet)-Jeperu-Ra Nefer-Neferu-Aton. Esto sucedió algunos años después de la muerte de Aj-en-Aton y con el apoyo de una serie de personajes de alta influencia política en ese momento, tales como el Padre Divino Ay y los Generales del ejército Hor-em-Heb y Najt-Min; los dos primeros, también, futuros faraones de Egipto.

La promoción del príncipe a la función de rey de Egipto tuvo todos los ribetes de una restauración política en los mejores términos de nuestra historia más reciente.

El país estaba en situación de anarquía. Las fronteras de Egipto y sus posesiones sirias, amenazadas. Era el caos.

En este contexto, cada cual debió hacer sus cálculos en relación con el proyectado ‘golpe institucional’. Lo primero era buscar una reina que, con arreglo a las costumbres y tradiciones, fuera adecuada para desposarse con el nuevo faraón. La elegida fue la tercera hija de Aj-en-Aton, la princesa Anj-es-en–pa-Aton. Esta decisión deja entrever los futuros planes de Ay, a la sazón su tío-abuelo. Ella era hija del rey Aj-en-Aton y de la Gran Esposa real Nefert-Ity. Por tanto, con arreglo a la tradición poseía las condiciones para entregar el trono al elegido para ser futuro rey.

El caso es que, el General Hor-em-Heb y el clero de Amón debieron llegar a un acuerdo con el Padre Divino Ay y su hijo, el General Najt-Min; se trataba de llevar a cabo un enlace de compromiso entre el candidato de la ortodoxia para ser faraón y la reina que debía compartir la corona con él. Se observa claramente cómo los dos grupos de poder, el amoniano y el que salía del naufragio amárnico, cada uno con su apoyo militar, jugaron la partida por el trono.

Tut-Anj-Aton no tendría más de diez u once años; Anj-es-en-pa-Aton sería algo mayor, unos tres o cuatro años más que el príncipe.  Nada más ser coronados, o al tiempo, ambos cambiaron sus nombres. El rey se llamaría en adelante Tut-Anj-Amon y la reina, Anj-es-en-Amon. La restauración había comenzado.

La restauración y el final de la dinastía

Con el reinado de Tut-Anj-Amon comienza el llamado periodo post-amarniense. Fue una época de reconstrucción y de vuelta a las estructuras anteriores, incluso, a los tiempos del propio Thutmosis IV.

El primer acto conocido que el rey llevó a cabo fue dictar un decreto real que sería expuesto en las principales capitales del país. En él se declaraba formalmente la reinstauración del culto al dios Amon y a los demás dioses y la reapertura de los antiguos templos. Los egiptólogos han llamado a este documento ‘La Estela de la Restauración’.

Después, siguió una descomunal campaña de obras por todo Egipto para reconstruir los templos abandonados y elevar otros nuevos. Para el corto espacio de duración de su reinado -poco más de nueve años- es asombrosa la actividad constructiva que se desplegó por todas partes.

El ejército emprendió una enérgica serie de campañas para combatir a los hititas, a los beduinos asiáticos y a las tribus nubias. En suma, se hizo todo lo posible para restaurar la influencia egipcia en sus áreas de dominio tradicional: el pasillo sirio y la Nubia.

El resto de los acontecimientos del reinado de Tut-Anj-Amon están ocultos a nuestros ojos.

Si la tumba del rey en el Valle de los Reyes ha entregado una enorme cantidad de preciosos objetos que nos permiten conocer muy profusamente el arte de la época, apenas nos ha facilitado datos acerca de la vida del monarca.

La carrera por el poder se había desatado. Ay y Najt-Min por un lado, Hor-em-Heb con el apoyo mayoritario del ejército y del clero de Amón, por el otro. En medio de esta vorágine de intrigas palaciegas estaban los dos jóvenes soberanos. Quizás ajenos a lo que se tramaba, sus vidas siguieron el curso obligado por las tenebrosas circunstancias que les había tocado pasar. Debían ser una especie de rehenes del sistema. Es decir, que podemos advertir la auténtica prisión dorada en la que los dos adolescentes se hallarían: los sacerdotes, los ministros, los Generales, todos ellos controlando a la pareja real a través de los cortesanos y servidores del rey y de las damas de la reina. Al mismo tiempo, los dos partidos controlándose entre sí.

Hor-em-Heb pasó a gobernar el Norte del país, al mando de todos los ejércitos del Delta y el pasillo sirio, al tiempo que llevó a cabo campañas en Nubia, por el Sur.

Ay permaneció siempre cerca del rey y de su esposa para poder ejercer más fácilmente su letal influencia.

Los datos arqueológicos nos indican que Tut-Anj-Amon reinó durante nueve o diez años, es decir que, al morir, tendría entre diecinueve y veinte años de edad. ¡Corta vida para un faraón que tenía tanto por hacer!.

La momia desvela secretos

Cuando se llevó a cabo la autopsia de la momia del rey, en el año 1925, por Douglas Derry, se indicó que podría haber fallecido de muerte natural, quizás de tuberculosis. Sin embargo, en 1969 el  Doctor R. G. Harrison solicitó y obtuvo un permiso de las autoridades egipcias para hacer un nuevo examen del cadáver de Tut-Anj-Amon, esta vez con rayos X.

El estudio del cráneo denunció la existencia de una mancha oscura en la base del mismo. Los estudios anatómo-patológicos indicaron que eran los restos de una bolsa hemorrágica situada bajo las membranas que recubren la masa cerebral. Este dato alertó a los investigadores ante la posibilidad de una nueva y más verosímil causa de muerte: un golpe traumático recibido por el rey en la región occipital. Más concretamente, se propuso la teoría de que el rey habría recibido un fuerte golpe en el occipucio que no le causó la muerte inmediata, sino que el desenlace debió producirse en un largo proceso agónico de no menos de dos meses de duración. Un prolongado estado comatoso que se fue agravando conforme el hematoma iba presionando más y más la masa cerebral contra el cráneo.

Las conclusiones forenses de esta gravísima lesión se orientaron hacia un homicidio como causa de la muerte del joven rey. La lesión no podía haberse producido de modo casual a causa de una caída, por ejemplo. Más plausible era que la lesión craneal se hubiera provocado por medio de un golpe propiciado con un objeto contundente, tal como una maza.

Así pues, el rey podría haber muerto asesinado.

 

Los sucesores de Tut-Anj-Amon y el final de la dinastía XVIII

Si se observa atentamente la decoración de la cámara sepulcral de la KV 62, la tumba de nuestro pequeño rey, rápidamente se percibe una característica sospechosa en la primera de las tres escenas de la pared norte: El Osiris-rey Tut-Anj-Amon recibe los ritos funerarios de la apertura de la boca de manos de otro rey, ya coronado, cuyos nombres están rodeados con los habituales cartuchos. Se trata del Padre Divino Ay, convertido en Señor de las Dos Tierras. Esta representación es absolutamente única en todo Egipto. En ninguna otra tumba se conoce algo parecido.

Es claro que Ay tenía especial necesidad de proclamar su condición de heredero y sucesor del rey difunto y de hacerlo como faraón coronado. Sabemos que la coronación del rey sucesor se llevaba a cabo durante los setenta días del embalsamamiento, pero también, que ningún otro rey se hizo hecho representar en tal situación, ni antes ni después, en la tumba de su antecesor.

Cabe deducir de ello que Ay no estaría desvinculado de la causa homicida que debió costar la vida al joven rey.

La tumba en sí misma es otro indicio de lo anómalo del asunto. Según todos los indicios parece que Tut-Anj-Amon se hubiera hecho excavar una tumba en el llamado Valle Occidental, también conocido como Valle de los Monos, donde se había enterrado a su posible padre, el rey Amen-Hotep III. Pues bien, esa tumba, hoy numerada como la WV 25, fue finalmente ocupada por Ay. Para Tut-Anj-Amon se habilitó con extrema urgencia una pequeña tumba en el Valle de los Reyes que, por las casualidades del destino fue prontamente olvidada, lo que le valió la preservación hasta su descubrimiento por Howard Carter el 4 de noviembre de 1922.

En el ajuar funerario del monarca presuntamente asesinado se encontraron gran cantidad de objetos con las inscripciones retocadas que demostraban que sus dueños anteriores habían sido el rey Anj-Jeperu-Ra Se-Menej-Ka-Ra, un posible hermano de Tut-Anj-Amon  y el mismísimo Aj-en-Aton.

A todo ello, se unió el hallazgo en Bogaz-Köy, Turquía, de una tablilla de barro cocido muy reveladora. Se trataba de una carta enviada por una reina egipcia, al parecer Anj-es-en-Amón, al rey de los hititas en la que comunicaba al tradicional enemigo de Egipto que estaba aterrorizada, pues su esposo había muerto y no tenía hijos que le sucedieran en el trono. La reina egipcia pedía al soberano hitita que le enviase un hijo suyo para hacerle ¡nada menos que rey de Egipto!. 

Es fácil componer la escena. Después de cometerse el magnicidio, Anj-es-en-Amon, conocedora de los planes de tío-abuelo Ay, trató de buscar ayuda exterior, pues sabía que, dentro de Egipto, nadie la ampararía ya a ella, última descendiente con vida del rey herético del Amarna. Sabemos, también, que enviado a Egipto el príncipe hitita solicitado, llamado Sennansa, murió extrañamente en el camino, antes de alcanzar su destino. También se sospecha que Ay debió desposar a la reina viuda, a pesar de que tenía ya esposa conocida, y, sabemos también que, después de estos terribles y dramáticos acontecimientos, la desgraciada Anj-es-en-Amón desapareció de la historia para siempre, sin dejar rastro.

Ay no disfrutó largamente de la cosecha de sus oscuras maniobras. Su reinado duró poco más de cuatro años. Con él desapareció el último actor del drama amárnico.

A su muerte, el ejército tomó el poder de acuerdo con el clero de Amón. El General Hor-em-Heb puso los cimientos de una nueva dinastía, -la décimo novena- salida de los cuadros militares. Fue el encargado de borrar la memoria de sus antecesores, usurpando todos sus monumentos y poniendo en orden un país envuelto en la ruina, el desorden, la anarquía y las conspiraciones. Según las listas reales oficiales su reinado fue el que siguió al del gran Amen-Hotep III....pero para acceder al poder debió casarse con una mujer que, probablemente, hija de Ay y hermana de la reina Nefert-Ity, la Reina Mut-Nedyemet, era la única que podía entregarle la legitimidad recibida del último rey de la dinastía.

 

Para saber más:

Carter, H. La Tumba de Tutankhamón. Barcelona, 1976.

Desroches Noblecourt, Ch. Vida y muerte de un faraón. Tutankhamen. Barcelona, 1989.

The Griffith Institute.  Tut’ankhamun’s tomb series. Oxford, 1963-1990.

Reeves, N. Todo Tutankamón. El rey. La tumba. El tesoro real. Barcelona, 1991.