EL PERIODO PREDINASTICO

LAS ÉPOCAS DE FORMACIÓN.

 

 

 

El término Periodo Predinástico, es el utilizado para designar el lapso de tiempo mediante, entre la primera dinastía histórica y sus antecedentes, de modo tan prolongado en el tiempo como lo permite la homogeneidad, sin rupturas, de un mismo proceso cultural que hunde sus raíces en el comienzo del neolítico en el valle del Nilo egipcio.

 

El Predinástico Primitivo, también llamado Badariense, implica la instalación definitiva del modo de vida neolítico en el valle del Nilo, lo que, se cree, debió suceder hacia el final del sexto milenio antes de nuestra era, (hacia el 5500-4000 a. de C.).

Las primeras sedentarizaciones se han localizado en dos áreas de Egipto, una al norte, en las localidades de Merimdé Beni-Salamé, El Omarí, y El Fayum (la llamada “Cultura B”), y otra, en el sur del país, representada por el yacimiento de El Badari, (entre las localidades de Asiut y Tahta).

 

La cultura de Nagada

 

Los términos Amratiense, Guerceense y Semainiense, se han utilizado para identificar diferentes estadios evolutivos del periodo Predinástico, y sus nombres derivan del de los lugares donde se llevaron a cabo los descubrimientos. En términos generales el periodo Amratiense coincide con el llamado Nagada I, mientras que el Guerceense lo haría con Nagada  II, el Semainiense se referiría, finalmente a Nagada III.

Otro criterio de clasificación del periodo Predinástico, prácticamente coincidente con el anterior y hoy comúnmente admitido, es el que distingue las etapas de Predinástico Primitivo, también llamado Badariense, el Predinástico Antiguo, el Medio y el Reciente.

Estas fases suponen un periodo que abarca aproximadamente desde el 4.500 hasta el 3.150 a. de C.

 

El Predinástico antiguo, o Nagada I (Amratiense). Periodo Amratiense  (Nagada I) Hacia el 4000-3500 a. de C., coincidente con la fase de Nagada I o Amratiense, tiene por yacimientos comunes el situado en El Amrah (a unos ciento veinte kilómetros  al sur de Badarí), el primero conocido en Nagada y varios en la zona del valle comprendida entre el Guebel El-Arak y Guebelein.

Los muertos de este periodo aparecen envueltos en pieles de animales o en lienzos de cuero o de lino, y depositados sobre su costado izquierdo, en posición fetal, con la cabeza hacia el sur. Las tumbas son de forma oval y están cubiertas con ramajes y esteras. El ajuar de los enterramientos modestos se compone normalmente de algunas cerámicas, mientras que los más ricos contienen decenas de vasos de buena factura en tierra cocida pintada e, incluso, vajillas de piedra, paletas, tarros llenos de ungüentos, adornos de cobre, elementos de aseo y cabezas de maza de tipo helicoidal o de disco, flechas y lanzas.

Las creencias religiosas parecen tener un fuerte contenido tónico, basadas en el desarrollo natural de la vida y de la muerte en vinculación con los cultos agrarios y funerarios.

Algunas estatuillas femeninas y amuletos adoptan un par de cuernos de vaca, o la cabeza de este animal, lo que parece preludiar un arquetipo de la futura diosa Hathor. Es claro que la cultura amratiense encierra ya en sí los fermentos de los principios religiosos de expresión zoomórfica que permanecerán estables durante toda la historia de Egipto.

 

El Predinástico medio, o Nagada II (Guerceense).

 

Esta fase de la cultura de Nagada se desarrolló alrededor del  3500 a. de C. Tiene su origen en el Alto Egipto y se extendió bastante profundamente en el sur, hasta la misma Nubia. También se expandió hasta el Bajo Egipto.

La agricultura progresó en esta época con la introducción de la azada de madera.

Los hallazgos llevados a cabo en la zona de Hierakónpolis permiten calibrar el desarrollo urbanístico y la complejidad y extensión de estos centros guerceenses.

La cerámica típica del guerceense muestra una decoración de color rojo-violeta sobre fondo de color crema. Los motivos decorativos, al principio geométricos, se van eneriqueciendo posteriormente con elementos figurativos. Normalmente se ve en estas decoraciones la evocación de la vida al borde del río: la fauna, la flora, las montañas que bordean el valle, hombres y mujeres que bailan, embarcaciones, plataformas que sustentan cabañas y una serie de enseñas que parecen ser antecedentes de los futuros emblemas de los nomos.

También característica de esta época es la cerámica de asas onduladas, de posible inspiración palestina.

La talla del sílex alcanza en este periodo una absoluta maestría.

El estudio de las tumbas y del material funerario pone en evidencia la existencia de una gran complejidad social.

Los Jefes-rey se hacían enterrar, probablemente, en tumbas como la nº 100 de Hierakónpolis, decoradas con pinturas de temas más o menos complejos.

Parece indiscutible que hubo en este periodo un estrecho contacto cultural entre la sociedad guerceense y las regiones de Elam, Susa y Mesopotamia.

Los sellos-cilindro son otra expresión de influencia cultural extranjera.

La Cultura de Maadi forma un proceso cultural específico e independiente del Guerzeense y, cabe decir, enfrentado a él que prosperó en el Bajo Egipto hasta su destrucción por los pobladores del sur del valle. Puede que los acontecimientos provocados al aire de las luchas hegemónicas entre ambas culturas estén detrás de los ecos míticos del enfrentamiento del norte y el sur de Egipto.

 

El Predinástico reciente, o Nagada III (Semainiense). (Hacia el 3100 a. de C.)

 

De esta manera entramos en lo que la memoria histórica del pueblo egipcio identificó como ‘la época legendaria’, que fue previa a la histórica y que constituye un banco nebuloso de donde parece que arranca todo lo faraónico. Es probable que, a finales del IV milenio antes de Cristo, Egipto estuviera dividido en dos reinos. El del norte consiguió dominar al del sur en un momento no preciso. Pero más tarde, parece que fue el sur el que controló y conquistó al norte. Antes de ello, Egipto se escindió en dos partes de nuevo.

Antes de la unificación, el reino del norte tenía su capital en Buto, y llevaba como expresión de su soberanía la Corona Roja, mientras que en el sur, en el Alto Egipto, la capital estaba en Hierakónpolis y el rey llevaba la Corona Blanca. Dos deidades tutelares eran las patronas de ambos reinos. La cobra, Uadyet, protegía el Bajo Egipto, mientras que la diosa buitre, Nejbet, era la patrona del Alto Egipto.

Los textos no cuentan nada y tampoco nos hablan de los Shemsu Hor (Seguidores de Horus) término que sirve para designar a los reyes míticos que, al parecer, precedieron a las dinastías históricas.

Se trata de relatos orales, transmitidos entre los sacerdotes que hablan de que los primeros reyes de Egipto fueron los propios dioses, los creadores del mundo, conforme nos transmite el ciclo heliopolitano. Después reinaron los semi-dioses, hijos de los anteriores. Tras las dinastías divinas y las semi-divinas, se contabilizaban por los sacerdotes una serie de reyes no determinados, a los que seguían treinta reyes menfitas y después de ellos, diez reyes tinitas.

El documento que recoge los anales reales más antiguos que conocemos, el Papiro de Turín varía ligeramente esta descripción. En suma, para los egipcios, el conjunto de los semi-dioses, los espíritus ancestrales y los hombres que reinaron antes de la dinastía I formaron el conjunto de los llamados ‘seguidores de Horus’. El único documento preciso que se refiere al final del periodo legendario, la llamada ‘Piedra de Palermo’, representa a una serie de personajes que llevan la Corona Roja del Bajo Egipto de los que nos facilita los nombres que para nada se parecen a los nombres egipcios habituales, tales son Seka, Jaau, Tiu, Tchesh, Neheb, Uadyined, Mehe. Quizás estos formaran parte de la lista manetoniana de los reyes menfitas y, en tal caso, los tinitas deberían ser identificados con algunos de los propietarios de los monumentos de Abydos que tradicionalmente fueron integrados dentro de la dinastía I y que, en puridad, deberían ser considerados como los inmediatos antecesores de Menes, el unificador.

Este conjunto de reyes y aquellos otros entre los que se cuentan el mítico rey Escorpión, Ra y Narmer, autores de la unificación, constituyen la llamada dinastía ‘0’, periodo que se estudia actualmente de modo muy activo, tratando de desentrañar las incógnitas de los tiempos protohistóricos.

Durante este periodo, que también ha sido llamado Protodinástico o Guerzeense reciente, concluye el Predinástico y se produce el proceso de unificación de Egipto.

Este periodo se caracteriza por la existencia de un creciente urbanismo, acompañado de la inevitable consolidación de las instituciones sociales, como expresión de una organización social y económica bien definida. Los elementos civilizadores del Guerzeense, en un aspecto muy evolucionado, se extendieron a lo largo y ancho de todo Egipto, desde la primera catarata hasta el mar Mediterráneo, creando una homogeneidad cultural que favorecería la unificación de Egipto bajo un solo rey.

A este periodo pertenecen las primeras ciudades que pueden ser denominadas como tales. Conocemos las de Thinis en Abydos, Nubet en Ombos,  Nejeb en el Kab, Nejen en Hierakónpolis y otras, como Hermonthis, Edfu o Elefantina.

Son típicos de este periodo los magníficos vasos de piedra, los cuchillos como el de Guebel el-Arak, las paletas para afeites, como la célebre del rey Nar-Mer o las cabezas de mazas de guerra.