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EL
HOMBRE EGIPCIO: CARACTER�STICAS �TNICAS. ASPECTOS HIST�RICOS Y LING��STICOS.
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Francisco J. Mart�n Valent�n. |
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Madrid, 13 de
Noviembre de 1998. Centro Mapfre.
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I.
La llamada �raza din�stica�
Se
ha escrito mucho, y se ha hablado m�s, sobre la llamada �Raza Din�stica�
que constituy� la base �tnica sobre la que se asent� la unificaci�n
de Egipto al t�rmino de la era Predin�stica. No obstante, la
determinaci�n de la raza a la que pertenecieron los pobladores del
antiguo Egipto constituye uno de los temas preferidos de discusi�n
entre los especialistas. Desafortunadamente todas las cuestiones �tnicas
o antropol�gicas est�n siempre te�idas y contaminadas por el
�utilitarismo pol�tico� de turno. Por esa raz�n este tema ha sido
deliberadamente manipulado a conveniencia de cada cual en seg�n que
momento de nuestra historia m�s reciente. Durante todo el siglo pasado,
cuando la egiptolog�a fue naciendo y consolid�ndose a la sombra de la
pol�tica colonial de los pa�ses europeos y occidentales, se propici�
y defendi� la idea absoluta de que los antiguos egipcios pertenec�an
en su base a una raza de piel blanca, o de piel negra con rasgos
blancos, vagamente emparentada con los pueblos camitas del norte de
Africa y con los semitas del llamado pasillo sirio, el creciente f�rtil,
o la misma pen�nsula ar�biga.
Por
el contrario, cuando los pueblos antes bajo el dominio de las potencias
occidentales se incorporaron a la lucha por sus derechos y a la
exigencia de su propia soberan�a en un claro movimiento reivindicativo
contra sus antiguos amos y administradores blancos, se quiso solucionar
el problema situ�ndolo en las ant�podas, es decir, pretendi�ndose la
absoluta negritud del pueblo egipcio. Todav�a hoy mismo las ideolog�as
marxistas han hecho bandera de esta idea para combatir el
neocolonialismo de los yanquis y sus aliados en los pa�ses del tercer
mundo.
Las
�ltimas corrientes investigadoras quieren ver en la civilizaci�n
egipcia la expresi�n m�s elevada de una civilizaci�n africana negra.
Ante
este fen�meno el actual pueblo egipcio, situado bajo la perspectiva de
su realidad isl�mica, es ajeno a tales discusiones, entre otras razones
porque el Islam no distingue, ni permite distinguir, entre razas, siendo
uno de sus principios b�sicos la uniformizaci�n de los pueblos bajo
las leyes cor�nicas, lo que equivale a hacer tabla rasa de cualquier
problema hist�rico anterior a la llegada del general Amru a tierras de
Egipto, lo que sucedi� en el 639 de nuestra era.
As�
las cosas parecer�a un intento in�til tratar de desentra�ar este
asunto.
La
egiptolog�a actual tiene, no obstante, la obligaci�n cient�fica de
investigar objetivamente esta cuesti�n. Ello debe hacerse desde la
prudencia, la independencia y el rigor. Se trata b�sicamente de
reivindicar la aut�ntica naturaleza de la personalidad y esencia del
antiguo pueblo egipcio, del cual es heredera toda la humanidad. La
aclaraci�n de tal extremo, si fuera posible, no implicar�a la
consecuci�n de un arma pol�tica o cient�fica para imponer la
superioridad de no se sabe muy bien que principios. Por el contrario, se
tratar�a de establecer con solidez una de las bases (pero solo una de
ellas), sobre las que se ciment� una de las m�s esplendentes y
poderosas civilizaciones del mundo antiguo. Para empezar ser� curioso
mencionar (y no perder de vista) que los antiguos egipcios no se
consideraban a s� mismos de raza especial alguna, sino que eran �los
hombres�. Su autodefinici�n �tnica segu�a vericuetos negativos al
determinar claramente qu� es lo que no se consideraban: No eran negros,
no eran asi�ticos, no eran libios�.eran �los seres humanos�.
Dicho
�sto, podemos afirmar que la aportaci�n racial de los primitivos
pobladores del valle del Nilo fue plural. Basta con examinar de modo
somero la configuraci�n de la geograf�a f�sica de Egipto para
entender la l�gica de este planteamiento.
Egipto
se desenvuelve desde siempre en torno y a lo largo de la arteria vital
que constituye el r�o Nilo. Este r�o cuya longitud alcanza los 6.741
kil�metros desde el coraz�n de la actual Uganda, en el centro de �frica,
hasta el Mediterr�neo, ha sido, y es, el camino de descenso hacia el
mar, no solo de los nutrientes limos inundatorios, sino de las sangres y
las culturas africanas que han bajado desde el sur hacia el norte, a lo
largo de sus orillas, desde el principio de los tiempos durante toda la
historia de Egipto.
Cada
una de las dos orillas del r�o supuso, a su vez, una especie de ventana
o puerta de acceso a otros dos mundos diferentes. Por Occidente, en el
desierto libio, y a lo largo de la ribera mar�tima del Mediterr�neo
una concurrencia de pueblos que se vieron acosados por la progresiva
desecaci�n del Sahara, vino a asentarse en oleadas sucesivas desde las
altas mesetas rocosas hasta la misma orilla pantanosa del r�o, en una
constante lucha por la supervivencia con las especies de animales
salvajes que, obligadas por los mismos fen�menos de transformaci�n
clim�tica, acud�an para ocupar los mismos espacios vitales. Eran, al
parecer, gentes de razas camitas emparentadas con los actuales pueblos
ber�beres del norte de �frica. Estas gentes crearon una primera l�nea
de asentamientos en la serie de oasis existentes paralelamente al r�o
(Jarga, Dajla, Baharya, Farafra, Siua, el Uadi Natrum y el Fayum).
De
la parte de Oriente, se produjeron infiltraciones permanentes a trav�s
de dos v�as b�sicas: El Delta oriental y la prolongaci�n natural del
pasillo sirio, a lo largo del Mediterr�neo, puerta abierta a todas las
razas y pueblos cuya procedencia �ltima tendr�a su origen, de una
parte, en el Asia central y las �reas mesopot�micas y, de otra, en las
orillas ribere�as con el Mar Rojo a las que acced�an gentes a trav�s
de la pen�nsula del Sina�, procedentes de la actual pen�nsula ar�biga.
Sus accesos eran los diferentes Uadis (principalmente por el Uadi
Hammamat y el Uadi Baramiya) que conduc�an directamente a la orilla
oriental del r�o. Sus razas ser�an de esencia semita.
El
valle y el delta fueron el crisol donde todas estas aportaciones sangu�neas
de origen Hamito-Tchadiano-Berebero-Sem�tico se amalgamaron formando un
nuevo genotipo: la raza egipcia. Dos variedades fenot�picas se dieron
en ella: Las gentes de piel aceitunada, ojos marrones de diverso tono
(del claro al oscuro) con cabellos lacios casta�os y negros, habitaron
el norte del pa�s. Ascendiendo por el Nilo hacia el sur, el color de la
piel se oscurec�a progresivamente, los ojos eran negros y los cabellos
se hac�an m�s crespos y ensortijados. Los primeros eran de constituci�n
robusta y talla media. Los segundos eran m�s altos y estilizados y sus
miembros m�s finos y largos. Los rostros de todos ellos mostraban
perfiles y rasgos orientales o negroides seg�n sus diferentes
ascendencias y constituciones sangu�neas.
En
todo caso es indudable que tales son los rasgos �tnicos que, desde las
�pocas proto-hist�ricas configuraron (y configuran actualmente) a la
poblaci�n humana del valle del Nilo en el espacio hoy conocido como
Egipto.
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II.
El nacimiento de la lengua y la escritura
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En
la mezcla resultante del encuentro de los grupos africanos, sem�ticos y
ber�beres, el grupo humano del Este, verosim�lmente el m�s
importante, parece que dio a la lengua egipcia una fuerte coloraci�n
sem�tica tanto en su estructura como en su vocabulario. El egipcio
pertenece a las lenguas sem�ticas en la medida en que su principal
particularidad reside en ser una lengua de �flexi�n interna�. En la
familia de las lenguas sem�ticas, la distinci�n entre los elementos de
una misma familia de palabras se hace, no a partir de sus ra�ces o
radicales, como en las lenguas indoeuropeas, sino a partir de una sola
ra�z tril�tera. Todas las familias de las palabras est�n normalmente
construidas en egipcio sobre estas ra�ces a base de tres consonantes.
La flexi�n de las vocales en el interior de este esqueleto conoson�ntico,
seg�n los casos del singular o del plural, la adici�n part�culas
procl�ticas o de terminaciones seg�n se trate de un t�rmino
instrumental, de un oficio, de un lugar, son elementos sem�ticos que
permiten distinguir los casos y crear un rico vocabulario.
Sin
embargo tambi�n posee grandes elementos que lo emparentan con lenguas
africanas empleadas en el �mbito nil�tico y sudan�s, tales como el
somal�, el gala, el saho o el afar. Estos elementos se encuentran en la
base misma de la composici�n ling��stica del egipcio, por ejemplo
muchas lenguas africanas modernas contienen la expresi�n de la
desinencia del femenino por la part�cula .t,
o la expresi�n del dual con la terminaci�n en .y, como en el egipcio.�
Si
las razas se mezclaron en el valle, tambi�n lo hicieron sus lenguas,
nada m�s natural.
La
creaci�n del sistema jerogl�fico no result� como consecuencia de un
proceso lineal. Se trat� de un sistema que prevaleci� sobre otros que
se intentaron. Sin duda es heredero de los pictogramas que se ven sobre
ciertas cer�micas de la �poca prehist�rica y que combin�, al
principio, unidades fon�ticas (unil�tero = un sonido, bil�tero = dos
sonidos, tril�tero y cuadril�tero = tres o cuatro sonidos). En una
segunda fase asoci� esas unidades de sonido a otras que precisaban el
sentido de la palabra para diferenciarla de otra u otras que ten�an id�ntica
configuraci�n fon�tica y se pronunciaban igual (palabras hom�grafas);
de este modo crearon lo que llamamos actualmente �los
determinativos�.
La
escritura jerogl�fica fue el soporte para integrar s�lidamente entre s�,
en una sola lengua, las diferentes aportaciones ling��sticas de los
pueblos que acudieron a poblar el valle del Nilo. Una sola cultura, una
sola escritura, un solo pueblo eran las premisas de los reyes de la
unificaci�n. La ausencia de las vocales en la escritura y la presencia
de los determinativos permit�an a cualquier escriba, fuera oriundo del
norte o del sur, descifrar un texto oficial. La investigaci�n ha
demostrado a trav�s del Copto (�ltimo estadio evolutivo de la lengua
egipcia) que en Egipto existieron siempre diferentes dialectos de lengua
hablada. Las palabras se pronunciaban de diferente modo seg�n fuera el
origen �tnico de las personas que hablaban o el lugar donde aqu�llas
viv�an.
El
proceso descrito abarc� un periodo indeterminado desde el 10.000 a. de
C. hasta las inmediaciones del tercer milenio. En medio de todo ello
habr�a que dar cabida a sucesivos periodos de humedad-sequ�a en la
meseta sub-sahariana. En todo caso, hacia la segunda mitad del cuarto
milenio a. de C. el acrisolamiento �tnico y ling��stico se habr�a
producido de modo irreversible. Los integrantes de las fases nagadienses
que desembocaron en la unificaci�n est�n perfectamente definidos e
identificados con los genotipos y fenotipos descritos m�s arriba.
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