LOS REYES QUE CAYERON DEL CIELO.

 

Por D. Federico Lara Peinado.

Profesor Titular de Historia Antigua

Universidad Complutense de Madrid y del IEAE.


Los primeros monarcas encontraron la justificación ideal para asumir el poder y no soltarlo: ellos eran los elegidos de los dioses. A partir de ahí, sólo tuvieron que tejer la red que les permitiera perpetuarse

Desde el principio de los tiempos, los poderosos se las arreglaron para atribuir un origen divino a su legitimidad para erigirse en reyes o gobernantes. Diversos textos míticos mesopotámicos –Enuma elish, Poema de Atrahasis- relatan cómo se originaron el cosmos y los dioses, y cómo éstos crearon a los hombres y eligieron a algunos de entre ellos como depositarios de su autoridad.

Especialmente, el segundo de los textos citados, redactando hacia 1630 a.C. ilustra muy gráficamente cómo veían el origen del poder aquellas sociedades. Presenta a los Grandes Dioses ya creados, controlando las diversas partes del cosmos y a los dioses menores –los igigi- realizando  trabajos y asumiendo la fatiga…en definitiva, comportándose como si fueran humanos. Y así fue hasta que un día, hartos de pasar penalidades, los igigi se rebelaron, logrando que los Grandes Dioses crearan a los hombres -awilu- para que trabajaran por ellos. Con carne y sangre divina mezclada con arcilla se dio nacimiento al primer ser humano,  y creado aquel prototipo, se dio paso a la formación de catorce matrices-siete varones y siete mujeres- a partir de las cuales se generó el resto de la humanidad. Asimismo, a fin de que la vida se organizara de modo adecuado y no perturbara el descanso divino, los dioses dictaron las normas que debería seguir la raza humana y recogieron a una serie de personas como sus representantes en la tierra para que gobernaran en su nombre. Así instauraron  una monarquía –nam-lugal-, se elegía a alguien dotado de excepcionales cualidades que se ocupaba de organizar todo lo relativo a los dioses, dueños, absolutos de bienes y personas, así como de los asuntos comunitarios, en particular de la irrigación de las tierras, la justicia y la guerra. 

ERIDU FUE LA PRIMERA CIUDAD Y ALULIM, EL PRIMERO DE LOS MONARCAS.

Viendo que la monarquía era cosa buena, pues facilitaba el bienestar de las gentes un proverbio sumerio decía que un pueblo sin rey era como un  ganado sin pastor-, los dioses decidieron enviarla, junto con su símbolo –el cetro-, a la ciudad de Eridu (hoy, Abu Shahrain), en el sur de Irak. Y el escogido como rey fue Aulim, a quien concedieron  una vida de 28.800 años.

CON LA DINASTÍA ARCADIA, LA REALEZA ALCANZÓ COTAS POLÍTICAS Y RELIGIOSAS.

Un extraordinario documento historiográfico, conocido como Lista Real Sumeria, y repetido en 15 copias – la más significativa, grabada en un prisma de barro  (WB 444), fue redactada en Nippur por un sacerdote llamado Nur-Ninshubur-, contiene la referencia a los más remotos tiempos de Mesopotámia. El documento es básico por la importante información que facilita acerca de los orígenes de la realeza. A pesar de la emisión de algunas dinastías  (la de lagash, por ejemplo), fija por escrito los acontecimientos vividos en las ciudades mesopotámicas, los nombres de sus monarcas y la duración de sus reinados, todo ello enmarcado en el cuadro de una cronología universal diacrónica, conectada con el origen de los tiempos. 

DIVERSOS TEXTOS APOYABAN EL ORIGEN DIVINO DE LA AUTORIDAD.

La historia de las monarquías mesopotámicas se presenta en dicho documento como un desarrollo continuo en el tiempo, en el contexto de  un fortísimo poder real, creado   y legado a los hombres por los dioses. En su aspecto ideológico sirvió para apoyar la doctrina política que afirmaba la legitimidad de la monarquía como única forma de gobierno posible y que, pasando de una ciudad-Estado a otra, posibilitaba el desarrollo pleno de una institución sacrosanta e intocable, que había descendido del cielo.

La lista Real Sumeria no era el único documento que reflejaba la idea del origen divino de la monarquía. Otras crónicas posteriores, como la Crónica Real de Lagash, la Crónica Weidner, la crónica real Babilónica y la Crónica dinástica, aludían al establecimiento de la realeza en el país y reseñaban sus reyes. Todas ellas señalaban como causa por la cual la monarquía había tenido que descender del cielo por dos veces a la Tierra el hecho de haberse producido un cataclismo de inusitadas consecuencias –un diluvio universal-, del que tan sólo unas pocas personas habían podido sobrevivir gracias al favor de los dioses. Es cierto que antes del diluvio varios reyes habían gobernado ya en diversas ciudades. -cinco, según los documentos-. Pero el recuerdo de la inundación, supuestamente enviada por los dioses contra los hombres a causa de su mal comportamiento, quedó anclado en la memoria colectiva de Mesopotámia, inspirando mitos, poemas y documentos históricos que acabarían vertiéndose en la Biblia.

En todo caso el prisma WB 444, después de recoger las dinastías antediluvianas, dice: “El diluvio lo niveló todo. Después la realeza, descendiendo del cielo, quedó fijada en Kish”, donde se hallaron los restos de los más antiguos palacios mesopotámicos. A continuación enumera el listado de los 23 reyes que gobernaron dicha ciudad durante  “24.510 años, tres meses  y tres días y medio “. Con Kish y sus monarca se da paso a los tiempos del llamado Dinástico arcaico, de complejo contenido histórico y que puede dividirse en tres grandes épocas: la primera (2900-2700 a.C.), con reyes tan prestigiosos como Elana         -protagonista de un relato mítico-. Enmebarageis, Arga, y Mesilim; la segunda  (2700-2550 a.C.), durante la cual gobernaron los reyes de la primera dinastía de Uruk, destacando entre ellos Enmerkar y el poderoso Gilgamesh; y la tercera (2550-2316 a.C.), a la que pertenecieron los monarcas de la primera dinastía de Ur, de Umma de Kish, de Adab y de Ashak; además de otros monarcas de otras ciudades extranjeras (Mar, Awan, Hamzi). Con la tercera dinastía de Uruk, controlada por el rey Lugalzageis, finalizaban los tiempos del Dinástico arcaico, dándose  paso a la etapa de los monarcas acadios, encabezados por Sargón de Akkad. Con esta dinastía la realeza alcanzó nuevas cotas políticas y religiosas  Mesopotámia se convertiría en imperio  y sus reyes en dioses.

Si en Egipto el primero de los hombres en llegar al cielo había sido el faraón, también en Mesopotámica sería un rey el primer humano en llegar al paraíso para argumentar tal ascensión se elaboró un interesante relato –el citado mito de Etana-, que en tiempos babilónicos conocería una amplia difusión y que serviría de base para justificar la necesidad de la monarquías como gobierno ideal.

El relato cuenta que cuando en la tierra  aún no existían reyes y las insignias del poder yacían en los cielos ante el dios Anu, los dioses Anunnaki, a quienes incumbía fijar los destinos, decidieron buscar un rey para los hombres y eligieron a un pastor llamado Etana.  Al principio todo fue bien, pero Etana se dolía de no tener descendencia y, por tanto, de interrumpir  la línea monárquica. A fin de solucionar el problema pidió  al dios Shamash, titular de la Justicia, que le concediera la hierba del alumbramiento para que su esposa pudiera darle un hijo, y Shamash le mandó a la montaña, donde hallaría respuesta a su petición. Con anterioridad, en ese lugar se había producido una disputa entre un águila y una serpiente que compartían el mismo árbol, sin embargo, un día el águila, pese a las advertencias de uno de sus aguiluchos, decidió comerse las crías de la serpiente. Ésta fue a quejarse a Samash, el cual le dijo que fuera a la montaña. Donde encontraría a un búfalo al que debería abrir las entrañas y esconderse en su interior; cuando el águila acudiera a comerse los despojos, tenía que cogerla cortarle las alas y arrojarla a un foso para que muriera de sed y hambre. Y así lo hizo. Pues bien, Etana, cuando a su vez subió a la montaña, encontró al águila que agonizaba lentamente en el foso. Siguiendo los consejos de Shamash, el rey pastor le habló de su problema, pidiéndole ayuda para obtener la hierba del alumbramiento, cosa a la que accedió el águila a cambio de que le ayudara a recuperar sus fuerzas. Durante ocho meses, Etana le procuró alimentos hasta que el animal pudo remontar el vuelo.

TRAS POSTRARSE ANTE LOS DIOSES, ETANA Y EL AGUILA SE PRECIPITARON AL VACIO

Entonces se ofreció a Etana para transportarlo al cielo de Anu. El rey, esperando alcanzar la ansiada hierba, subió sobre el águila y ambos se echaron a volar. Llegados al cielo se postraron ante los dioses, pero al elevarse aún más, se  precipitaron al vacío. En ese punto, el texto se interrumpe, ignorándose el final.Sin embargo, dado que el Prisma WB 444 recoge a Balih como hijo y sucesor de Etana, no hay duda de que la historia terminó bien para el rey y el águila.

Con este relato, el anónimo poeta trataba de decir que la cabeza no se podía transmitir de padres a hijos sin la ayuda de los dioses, y que eran éstos quienes proveían a los hombres de sus representantes administrativos, los llamados en. Éstos, además de cumplir sus específicas funciones religiosas (alimentación de los dioses, festividades y ceremonias, cuidado de los templos), también eran responsables del sistema hidráulico y de la adecuada explotación de las tierras, propiedad  en los primeros tiempos de las divinidades. En el supuesto de producirse situaciones excepcionales (conflictos armados, desastres naturales), la ciudad se dotaría de un líder guerrero (lugal o sharru) para hacerlas frente. Después, el lugal quedará desposeído de todas sus prerrogativas extraordinarias. Sin embargo, por razones que se ignoran- ¿ambición personal, necesidad social?- el cargo de lugal pronto hubo de aceptarse el de en y a veces incluso sustituirlo.

En cualquier caso, los dos centros de poder de las ciudades sumerias, en sus aspectos económicos, sociales y políticos, fueron el templo -egal makh- y el palacio –egal-, gobernados en sus orígenes por un único personaje –el en-que a partir de 2500 a.C., aproximadamente, sería sustituido por el lugal. Con ello la institución monárquica, tan celebrada en los textos religiosos e históricos, cobraría su real sentido y significado. La conexión del Lugal con la divinidad motivó la creencia de que su autoridad civil se iba asentando cada vez más en la elección divina antes que en las decisiones humanas, tomadas en las asambleas. Los textos hablan claramente de que el cargo de rey era de origen divino y que la realeza descendía de los cielos. No faltaron ocasiones en las cuales los dioses debían quitar el cargo de rey a una persona para dárselo a otra. Las derrotas militares o los golpes de estado justificaban esa actuación divina.

Entre los reyes de Uruk hubo, según algunos textos sumerios, tres especialmente heroicos: Enmerkar, Lugalband, y Gilgamesh. El ejemplo de este último –dos tercios divino y un tercio humano- fue paradigmático. Hijo de un sacerdote, Gilgamesh accedió al trono por sus hazañas y muy pronto fue protagonista de un ciclo  épico –mítico de siete episodios que, retomados y adaptados por los copistas babilonios y asirios, darían origen al magno texto que lleva su nombre. En el Poema de Gilgamesh, el rey aparece como un joven monarca, defensor de sus súbditos y de su ganado, pero que abusa de su poder despótico. Los lamentos del pueblo llegaron a oídos del dios Anu, el cual ordenó a la diosa Aruru que creara un ser parecido -un doble del tirano – que le hiciera frente.

UN GOBERNANTE HEROICO PERO MORTAL, EN BUSCA DE LA ETERNA JUVENTUD.

Entonces Aruru creó a Enkidu quien, en vez de convertirse en rival de Gilgamesh, acabaría siendo su amigo. Ambos héroes corrieron todo tipo de aventuras alcanzando el Bosque de los Cedros, a cuyo guardián Humbaba, dieron muerte. Al despreciar luego los amores de Ishtar, la diosa logró que fuera enviado a Uruk el poderoso Toro del cielo, que también fue muerto por ambos amigos. El desprecio manifestado a Arurru y la sacrílega muerte del Toro acarrearían la enfermedad de Enkidu y su posterior muerte. Gilgamesh, aterrado ante aquel hecho -pues se creía inmortal-, partirá a la búsqueda de la inmortalidad. Así, y después de soportar enormes fatigas, pudo llegar al lugar paradisiaco donde vivía con su familia el salvado del diluvio, Utnapishim, Éste le habló de la planta de la eterna juventud, que Gilgamesh consiguió aunque luego le fue robada por una serpiente, con lo cual el héroe perdió la esperanza de ser inmortal. Desolado y triste, Gilgamesh hubo de regresar  a Uruk, su ciudad.

La moderna historiografía no duda en aceptar la historicidad  de Gilgamesh, quien debió de vivir hacia 2650 a.C. Con el Poema de Gilgamesh, su autor demostraba la caducidad de la vida, la impotencia del hombre ante la muerte la resignación ante el destino. La única sublimación posible era la de poder forjarse un nombre famosos, la de ser un monarca modelo, asistido por los dioses de quienes, en definitiva, los reyes eran descendientes.

En Egipto sucedió algo parecido. Según los antiguos egipcios, después de la creación del mundo, el país del Nilo estuvo regido por una sucesión de dinastías que inicialmente eran de origen divino y más tarde ya humano. El primer rey fue el Sol-Re-Atum, a quien sucederían por turno todos los miembros de su familia, hasta llegar a Bidis, a lo largo de 13.900 años. Aquellos reinados no se vieron libres de inquietudes, pues sufrieron constantes asaltos por parte de las poderosas tinieblas. La conmoción  más seria fue la guerra fratricida entablada entre Osiris y Seth. De aquella lucha, larga y enconada, saldrían victoriosas las fuerzas del asesinado Osiris, mandadas por su hijo Horus, vengador de su padre.