LA CONJURA QUE HIZO POSIBLE LA REVOLUCIÓN AMÁRNICA.

 

 

Por. D. Francisco Martín Valentín y Teresa Bedman.

Director del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto.

Publicado en la Aventura de la Historia, Noviembre, 2002.

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El Antiguo Egipto no fue una excepción en lo que se refiere a la existencia de conspiraciones y maniobras perpetradas por personalidades individuales o grupos organizados para hacerse con el poder.

Hasta nosotros han llegado los ecos de terribles magnicidios como el del rey Teti I de la dinastía VI ( hacia el 2333 a. de C), asesinado por su guardia personal, el del rey Amen-em-Hat I, fundador de la dinastía XII, a manos de sus servidores (hacia el 1964 a.C.), o el que refiere el Papiro Harris (hacia el 1153 a. C)  a propósito de la muerte de Ramsés III, víctima de una conjura de harén.

La historia de la sucesión en el trono de Egipto, a lo largo de más de tres mil años, siempre estuvo impregnada de continuos pulsos para obtener el poder.

De otra parte, parece que los egipcios tuvieron un especial interés y empeño en no dejar testimonio escrito de sus “debilidades” políticas, sobre todo cuando no eran especialmente ejemplares y podían constituir un mal ejemplo para el futuro. Se trataba de proteger la mismísima naturaleza divina del poder real. Buena prueba de ello es la  excesiva frecuencia con la que se destruyeron las pruebas de toda clase cuando los acontecimientos políticos se desviaban de la ortodoxia tradicional.

Cuando esto ha sucedido, sólo el azar de los descubrimientos arqueológicos ha permitido levantar indirectamente el velo de los acontecimientos de la historia. No obstante, ¿por qué razón los egipcios iban a escapar a la práctica de este inevitable hábito de lucha política?

Existe un periodo de la historia egipcia especialmente atractivo para nuestra mentalidad. Se trata del llamado periodo de “El Amarna” o “amárnico”. Se gestó, llegó a su cénit y se deshizo en un lapso de tiempo de unos setenta y cinco años, (hacia el 1399-1325 a.C.), al término de la dinastía XVIII.

Hasta no hace mucho tiempo se ha contemplado el fenómeno del Amarna como algo aislado en sí mismo sin antecedentes ni, casi, consecuentes. En suma, como una suerte de “Seta de la Historia” que ayer no estaba, brotando al minuto siguiente, casi por “generación espontánea”. Sin embargo, el estudio en detalle de este curioso proceso histórico evidencia la existencia de una “conjura” en toda regla. Se puede ver un plan urdido desde dentro de las estructuras de la familia reinante, ”, planeado y ejecutado desde el corazón de la mismísima casa real para llevar a cabo lo que actualmente llamaríamos un “golpe de Estado institucional”.

 

Los antecedentes históricos.

El Imperio Nuevo egipcio (1543-1080 a. C) conoció uno de los más esplendentes momentos de la historia de aquélla civilización. La dinastía XVIII (1543-1292 a. C) fue, sin ningún género de dudas, la más importante de todas las que forman parte de aquel periodo. Los reyes que la integraron habían recogido en herencia un país salido victorioso de una gran guerra de liberación nacional frente a los invasores hicsos, gracias a la tutela y protección del gran dios Amón de Tebas.

La admirable combinación de madurez cultural y nuevas influencias asiáticas y mediterráneas que en aquellos momentos florecían de un modo especial, habían dado como resultado el nacimiento dentro de Egipto de un proceso civilizador sin parangón.

La actividad cultural, artística y económica desarrolladas durante los primeros decenios de este periodo habían tenido su principal apoyo en dos pilares fundamentales: el poder religioso del dios Amón y las repetidas campañas guerreras llevadas a cabo por los soberanos de esta dinastía fuera de las fronteras de Egipto para crear las necesarias zonas de seguridad. Estas últimas habían llegado a su máximo desarrollo en el reinado de Thutmosis III (1479-1424 a.C).

Sin embargo, durante los reinados de sus sucesores, Amen-Hotep II y Thutmosis IV, el número de las expediciones militares exteriores fue creciendo a media que la situación de los intereses egipcios en sus zonas de influencia se fueron asegurando. Los tratados de paz entre los monarcas sustituyeron a los enfrentamientos bélicos. Comenzaron a producirse alianzas de familia por medio de matrimonios del faraón con las hijas de los reyes de los principales estados que rodeaban al valle del Nilo. Durante el reinado de Amen-Hotep III (1387-1348 a.C) Egipto había alcanzado, pues, su cénit en todos los órdenes.

 

La estabilidad política que con tanto esfuerzo se había pactado entre las fuerzas solares y las del dios Amón a la subida al trono del niño que dejó Thutmosis IV para sucederle, había conseguido consolidarse. Hasta ese momento, los reyes de la dinastía que habían precedido en el trono a Amen-Hotep III, habían oscilado en su relación con los poderes religiosos desde la sumisión a la tutela del dios Amón de Tebas, hasta la franca hostilidad y distanciamiento de este dios y de su clero amparándose en los antiguos cultos solares egipcios.

 En este contexto se produjo el enfrentamiento entre los dos grandes poderes del momento: el del dios Amón de Tebas y el de la casa reinante.

Los progenitores de Amen-Hotep IV.

Los padres del príncipe Amen-Hotep fueron el rey Amen-Hotep III y una mujer de origen noble, elevada al rango real, llamada Tiy. Ambos dos, y cada uno por su parte, representaban una especial situación familiar que configuraba muy especialmente a la institución real en el momento en que el futuro rey nació.

El rey Amen-Hotep III, noveno faraón de la dinastía reinante, era hijo y sucesor de Thutmosis IV. Su ascendencia mostraba la desviación del original tronco ahmósida provocada por las reiteradas alteraciones sucesorias a través de mujeres que no descendían directamente de los fundadores de la dinastía.

La madre, la reina Tiy, resultaba ser hija  de una mujer, Tuia, que llevó el título de “Ornamento real”, dicho título implicaba una posible relación familiar con el rey Thutmosis IV.

 Tiy, pues, quizá pudiera haber sido hija biológica de ese soberano, siendo, en tal caso, medio-hermana de su futuro esposo, Amen-Hotep III.

Oficialmente sabemos que los padres de la reina Tiy fueron la noble dama Tuia y el General de Carros Yuia. Este último parece, según todas las evidencias, que era de ascendencia extranjera, mientras que Tuia pertenecía a la nobleza local arraigada en la zona del Egipto medio. De este modo, se daban unas especiales características en los representantes de la dinastía que, sin duda, influyeron notablemente en la personalidad del futuro heredero del trono.

El príncipe Amen-Hotep (el futuro Aj-en-Atón).

No sabemos apenas nada en relación con las circunstancias del nacimiento del príncipe Amen-Hotep.

De hecho, conocemos un solo y único documento donde aparece citado a título de “príncipe”, se trata de un tapón de jarra que lleva la inscripción “Dyeda (grasa) del dominio del Hijo Real Verdadero Amen-Hotep”.

Por tal motivo y porque las fuentes egipcias raramente nos han transmitido las vicisitudes de los príncipes reales antes de alcanzar la condición de herederos al trono, se hace difícil tratar de recomponer las circunstancias de su infancia. Lo que sí parece posible es que pudiera haber nacido en el palacio real que entonces existía en las cercanías del actual Medinet Abu Ghurob. Otras opiniones prefieren ubicar, el lugar del nacimiento del príncipe en el palacio real de Malkata, en la orilla occidental de la ciudad de Tebas.

Es de suponer, a partir de las imágenes que se nos han conservado, que el futuro Aj-en-Atón sería desde niño un ser enfermizo y débil por cuya vida nadie apostaba nada. Se ha creído ver en las representaciones físicas del rey la existencia de un, llamado síndrome de Frölich, trastorno endocrino que altera las características sexuales de los individuos.

Sin embargo, recientes investigaciones han propuesto que la enfermedad congénita que delatan sus imágenes se debería identificar preferiblemente con el síndrome de Marfan, lo que explicaría mejor el hecho de que sus descendientes también estuviesen afectados por las mismas características físicas deformantes tal como se nos muestra en la iconografía de la familia real de Amarna.

En suma, parece más lógico asumir la hipótesis de una tara física que la de una simple moda de representación estética para explicar el anormal aspecto físico de Aj-en-Atón. Así pues, y habida cuenta que, la tasa de mortalidad infantil en el Egipto faraónico parece debió ser muy elevada ¿cuánto mas dudosa sería la supervivencia de un niño que reuniese las deficiencias orgánicas del príncipe?

En cualquier caso, parece que el pequeño Amen-Hotep no estaba destinado en principio a ocupar el trono de Egipto. Por el contrario, en los complejos planes de sucesión dinástica que se desarrollaban en el palacio real y los ámbitos de la corte, destacaba como heredero el príncipe Thutmosis, primogénito varón nacido alrededor del año 11/12 del reinado, posiblemente fruto de la unión de Amen-Hotep III con la Gran Esposa Real Kilu-Hepa, hija del rey de Mitanni.

Es muy probable que la primogenitura del príncipe Thutmosis junto con la poderosa influencia que los pactos de familia con Mitanni tenían en aquel momento, fuesen razones sobradamente justificativas para que este príncipe real fuese el primer llamado a ocupar el trono de Egipto. Sin embargo, los nombres que se impusieron a cada uno de los príncipes en el momento de sus respectivos nacimientos, indican claramente los diferentes orígenes maternos de ambos.

Durante la dinastía XVIII, Thutmosis fue el patronímico tradicionalmente otorgado a los príncipes reales hijos de mujer que no poseía la condición de Primera Gran esposa Real. El nombre de Amen-Hotep, por el contrario, parece haber sido impuesto a los príncipes que, ya sea por su ascendencia materna o por otras circunstancias, estaban destinados de antemano a ocupar el trono a título de sucesor.

Resulta especialmente curioso observar que, en este caso, la regla tradicional se aplicó de modo invertido, es decir, que el varón primogénito aparentemente destinado a suceder a Amen-Hotep III, no era hijo de la Primera Gran Esposa, la reina Tiy, en tanto que el segundo hijo varón de Amen-Hotep III, a pesar de llevar el nombre de su padre y de ser hijo de la Primero Esposa Real, no estaba destinado, en principio, a ocupar el trono de Egipto.

Así, pues, la Gran esposa Real Tiy, no debía encontrarse especialmente feliz, dado que no había podido dar al rey el primer hijo varón. En cambio, de ella había nacido la princesa real Sat-Amón que fue la primogénita de los hijos reales. Es claro que el nacimiento de Thutmosis, hermano mayor de Amen-Hotep, estorbaba los planes de la Primera Gran Esposa Real de Amen-Hotep III en orden a perpetuar su sangre en el trono de Egipto.

Todo ello significa que el hijo varón de la reina Tiy nunca debió ser considerado, a no ser por su propia madre, como el sucesor del faraón hasta que su hermano mayor, Thutmosis, hubo fallecido, lo que podría haber acontecido alrededor del año 26 de su padre. Aunque nos falten evidencias precisas, esta muerte es una de las que “por causa de Estado”, se han producido tan frecuentemente a lo largo de la historia de la humanidad.

El príncipe Amen-Hotep accedió, pues, a la categoría de “Hijo mayor del Rey”, lo que equivalía a ser heredero al trono, a la muerte de su hermano mayor Thutmosis. Antes de que sobreviniese este acontecimiento, o quizás inmediatamente después, Amen-Hotep debió ser instruido en la ciudad santa de Heliópolis acerca de las antiquísimas doctrinas solares que hacían del dios Atum-Ra el creador del mundo. También, a la muerte de Thutmosis es posible que su hermanastro heredase todas las funciones y cargos que antes habían pertenecido al príncipe heredero. Basándose en estas consideraciones se supone que Amen-Hotep habría ocupado también el puesto de Sumo Sacerdote en el clero del dios Ptah de Menfis.

Por ello, y al ser designado como “El más grande de los artesanos” (título que se otorgaba al primer profeta  del dios Ptah), el príncipe fue responsable del diseño de trabajos artísticos de todo tipo. También se cree que su estancia en Heliópolis lo fue al cuidado o bajo la supervisión de algún tutor, cortesano de alta confianza, como era tradicional para el caso de los príncipes herederos. Este hombre pudo haber sido un tal May, escriba Superior de las Tropas e Inspector jefe del ganado del Templo de Ra.

En todo caso, es obvio que la muerte de Thutmosis desvió absolutamente la trayectoria de los acontecimientos políticos y religiosos de Egipto. El partido de la ortodoxia Amóniana se quedó sin representante frente a los designios de la reina Tiy y su familia.

 

El ambiente religioso en Egipto en tiempos de Amen-Hotep III.

De acuerdo con las últimas investigaciones en el tema, parece claro que el advenimiento del príncipe Amen-Hotep como rey tuvo lugar en un contexto político y religioso muy específico. La  creciente influencia de los cultos solares que se había producido durante los dos reinados anteriores al de Amen-Hotep IV, marcaba de manera muy profunda el ambiente religioso de Egipto en esta época.

Amen-Hotep III y su entorno familiar habían puesto en marcha, a partir de una iniciativa de sus padres, el rey Thutmosis IV y la reina Mut-em-Uia, un predominio del culto solar que se enfrentaba con los intereses del clero del dios Amón de Tebas. El dios solar Ra-Hor-Ajty de Heliópolis fue objeto de predilecto culto por parte del faraón, su familia y sus cortesanos.

Por otra parte, en esos días, se imponían como una auténtica tesis política de Estado, las ideas de universalidad y asimilación del rey al propio dios Amón-Ra. Esta doctrina, está recogida en unas inscripciones existentes en la cara este del tercer pilono del templo de Karnak. Se trata de la llamada doctrina del Amón imperial.

Por la misma razón, el proceso de solarización del mundo de Amen-Hotep III, no hizo sino aumentar progresivamente a partir del segundo decenio del reinado. Es de suponer que los cambios políticos que produjeron estas reforzadas ideas solares se fueron llevando a cabo de modo progresivo. De hecho, desde el reinado de Amen-Hotep III se constata la presencia creciente del Atón (o Disco Solar), como una suerte de deidad en forma que recibía un cierto culto. Así, en el texto del escarabeo Conmemorativo del año 11 de Amen-Hotep III, dedicado a la inauguración del lago de Dyaruja para la reina Tiy se consigna que “... Su Majestad celebró el Festival de la “apertura de los lagos” en el tercer mes de Ajet, el día 16 (cuando) Su Majestad paseaba dentro de la barca solar Atón Resplandece”. El rey Amen-Hotep III se designó a sí mismo como el “Iten-Tchehen” o “El Atón (Disco Solar) Resplandeciente”, lo que indica un proceso de transformación de su esencia humana, que por la mera realeza ya poseía ciertas implicaciones divinas, hacía un estado de plena divinidad independiente de cualquier tutela de otro y otras divinidades.

De este modo las inscripciones nos hablan para referirse a Amen-Hotep III como Neb-Maat-Ra, “El Disco (Atón) Solar Resplandeciente”. Incluso en el templo de Luxor el rey se hace llamar “Soberano como Atón, duradero como Atón es duradero, corredor veloz como Atón.” Esta metamorfosis de la naturaleza de Amen-Hotep III alcanzó su punto más alto con motivo de la celebración de su primera Fiesta Jubilar en el año 30 de su reinado. A partir de tal momento, se convirtió definitivamente en una nueva y poderosa divinidad: “el Atón Resplandeciente”, o más probablemente “El Gran Atón Viviente, el que está en la Fiesta Sed”.

En este ambiente se produjo el ascenso al trono de Egipto del nuevo rey Amen-Hotep IV que no debía tener en dicho momento más de quince o dieciséis años. Su coronación se llevó a cabo, no en la propia Tebas, sino en Hermonthis, la llamada “On del Sur”, ciudad solar del Alto Egipto, tal como parece indicar el contenido de su titulatura real: “Aquel que lleva puesta (a quien le han sido impuestas) las Coronas en On del Sur”, que hace referencia a tal acontecimiento. Aunque la fecha exacta de su accesión al trono no es conocida, es muy probable que la coronación del nuevo rey como corregente de su padre se produjese hacia el año 28 de éste último, es decir, dos años antes de la celebración de la primera Fiesta Jubilar de Amen-Hotep III. Todo ello podría haber acaecido al principio del primer mes de la estación de la inundación (en egipcio llamada Peret).

El encargado de oficiar en la coronación de Amen-Hotep IV, en el templo del dios Montu, fue el Sumo Sacerdote de ese dios, Aanen, hermano de la reina Tiy.

Sabemos que Aanen, hermano de la reina, ejerció también durante estos años el cargo de Segundo Profeta de Amón, para el que habría sido designado al margen del escalafón interno del propio clero de Karnak. Aanen debió dedicarse a gobernar contra los intereses del sacerdocio Amóniano y a favor de las consignas de la reina Tiy y sus otros parientes, partidarios del nuevo rey y sus doctrinas solares. El dios Montu tenía su capital y principal centro religioso en la ciudad de Hermonthis, al sudoeste de Tebas, en el enclave que litúrgicamente se conocía también como “On del Sur”, por contraposición a Heliópolis, la sagrada ciudad solar del Bajo Egipto, también llamada “On del Norte”. De este modo, el culto de este dios guerrero tebano que tenía en su conformación teológica grandes implicaciones solares, fue utilizado por la casa real en el desarrollo de su estrategia de aislamiento del dios Amón.  Para llevar a cabo estos planes, la reina Tiy había tomado la decisión de infiltrar a sus parientes en todas las esferas del poder civil y religioso. En consecuencia, se designó a Aanen, el hermano de la Gran Esposa Real Tiy, para ocupar el cargo de Segundo Sacerdote del dios Amón, con la evidente intención de actuar desde el interior de las estructuras de poder del clero de ese dios tebano.

No obstante, el hermano de la reina Tiy cesaría como segundo profeta del gran dios tebano muy poco después, o al mismo tiempo, de que Ptah-Mose, un furibundo partidario de Amón fuera nombrado Sumo Sacerdote de dicho dios lo que prueba que las luchas internas por el poder religioso y político debían ser muy intensas.

No es demasiado complicado suponer como, a partir del años 11 de Amen-Hotep III, momento en que el soberano y su esposa abordaron el ejercicio del poder en solitario, esta última, apoyada en la figura del faraón, para quien urdió la doctrina de su divino destino solar, fue tejiendo silenciosamente el entramado de los fundamentos de la reforma religiosa que finalmente estallaría de forma incontrolada.

La evolución de los acontecimientos es muy nítida. Su desarrollo obedeció a un proyecto lógico y perfectamente coherente. Thutmosis IV había sido elegido por el dios solar Ra-Hor-Ajty para reinar, (según el mismo rey declara en las inscripciones de sus monumentos). El nuevo rey, era, en consecuencia el hijo y sucesor de un elegido del dios sol. En virtud de tal principio, él podía divinizarse a sí mismo como la propia imagen del sol. A su vez, el futuro Amen-Hotep IV, sería el ‘hijo en la tierra’ del propio ‘disco solar resplandeciente’ hecho hombre, el faraón Amen-Hotep III, y además, su Sumo Sacerdote.

Es seguro que la persona o personas que concibieron este diseño de estrategia político-religiosa para alcanzar el poder absoluto poseían una mentalidad en cierto modo ajena a la ancestral tradición egipcia.

 

El Jubileo de Atón en el Guemet Pa-Iten de Karnak.

Con motivo del trigésimo aniversario del reinado de Amen-Hotep III, el clero de Amón decidió organizar la celebración de la primera fiesta jubilar del rey, su primer Heb-Sed. Con ella se regeneraría mágicamente el poder y la vitalidad del viejo rey, para seguir rigiendo las Dos Tierras. En la misma fecha se decretó por la familia real la celebración de otro festival Sed, esta vez dedicado por el rey corregente, Amen-Hotep IV, a su nuevo dios y padre, el Atón viviente.

Dichas ceremonias jubilares se celebraron en el templo de Atón situado al Este del templo de  Karnak, y en alguna otra edificación construida al efecto en las cercanías de aquél lugar. Con este motivo se impusieron recaudaciones extraordinarias a todos los cultos y templos de Egipto para subvenir a los gastos de la celebración del Jubileo.

Esta fiesta Sed era de una naturaleza muy especial, puesto que Amen-Hotep IV no había llegado, obviamente, al término de los treinta años en el trono que tradicionalmente se necesitaban para proceder a dicha celebración.

Coincidiendo con esta fecha Jubilar se acordó inscribir el nombre del nuevo dios Atón en un cartucho real. Este nombre era “El Viviente Ra Horus de los Horizontes que se regocija en el horizonte en su nombre de luz (Shu) que está en el disco (solar), el Viviente, el Grande, Aquél que está en Jubileo, el Señor del Cielo y de la Tierra”.

Aunque alguna inscripción hallada en los bloques con los que se construyó el Templo de Atón en Karnak nos indique que este dios fue el que concedió la celebración del Jubileo a Amen-Hotep IV, se puede suponer que esta ceremonia se hizo en beneficio de la esencia divina manifestada en el viejo rey después de su propia celebración jubilar.

Así pues, el hijo del Atón viviente, Amen-Hotep IV, dio culto con esta celebración a la divinidad de su padre, Amen-Hotep III. Por medio de esta ceremonia mágica, parece que se pretendiese ignorar, contrarrestar o alterar los mismos efectos mágicos que, se suponía, debían producirse con motivo del primer jubileo de Amen-Hotep III.

La organización del ritual de esta fiesta jubilar en honor del rey estuvo a cargo de un importantísimo personaje vinculado al dios Amón: se llamaba Amen-Hotep, Hijo de Hapu. El jubileo de Amen-Hotep III implicó también la participación de una suerte de drama religioso de diferentes personajes de la corte, devotos de Amón. Ellos participaron en los ritos religiosos y mágicos desempeñando diferentes papeles de divinidades y genios. De alguna manera podría decirse que participaron en estos ritos mágicos para rejuvenecer a su rey.

Así pues, al mismo tiempo que el rey era reforzado por el “sistema Amoniano” para seguir reinando bajo la protección del dios tebano, la reina Tiy, su hijo, y el resto de su corte, se propusieron consagrar al anciano rey como el propio dios Atón viviente, para sustraer al soberano del influjo de los sacerdotes del dios Amón. De este modo el anómalo Jubileo oficiado por Amen-Hotep IV se celebraría en honor del principio hipostásico del Atón encarnado en el viejo rey Neb-Maat-Ra Amen-Hotep III.

No es casual que especialmente después de la celebración de este jubileo, Amen-Hotep III gustó de utilizar, para referirse a sí mismo, del epíteto “Iten Tchehen” lo que significa “El Atón (disco solar) resplandeciente”. Esta es la prueba de que el viejo rey deseaba su separación del poder del dios Amón. En adelante él sería un dios y por tanto, no necesitaría de la ayuda divina de ningún otro. La confirmación de esta idea la proporcionó el hallazgo, a finales de enero de 1989, de una magnífica escultura de cuarcita roja en el ángulo sudoeste del patio solar del templo de Luxor. Esta magnífica estatua, datable en el primer jubileo del rey muestra a Amen-Hotep III viviente y bajo el aspecto de dios solar Ra-Hor-Ajty-Atum. Es decir, al faraón convertido en el propio dios Ra.

A pesar de que el texto inscrito en la estatua está dirigido a honrar al dios Amón-Ra, puesto que fue elaborada, para alzarse en su templo de Ipet Reshut (Luxor), todas sus características evidencian muy claramente la identificación del soberano con el dios solar en cada uno de sus diferentes aspectos teológicos.

He aquí, que tenemos la necesaria prueba del proceso de transformación en divinidad solar a que este faraón se vio sometido con motivo de su primera fiesta jubilar. El rey se había hecho uno con su padre, el dios sol Atum-Ra y se mostraba a los ojos de la humanidad bajo el aspecto de la misma sede material del dios sol, el disco solar Atón.

Sin embargo, la coexistencia de los dos antagónicos mundos (el de la reforma solar propiciada por la reina Tiy y su hijo Amen-Hotep IV, y el tradicional del dios Amón) que pujaban, cada uno en su dirección, por atribuirse el exclusivo derecho a regir los destinos de Egipto, no podría sostenerse por mucho más tiempo.

 

La consumación del golpe.

Es evidente que los conjurados debían dar ya, sin más dilaciones, el golpe de gracia a la estructura Amoniana del poder. Para ello debían deshacerse de los fieles servidores que rodeaban a Amen-Hotep III, y que eran al mismo tiempo seguidores del dios tebano. En primer término había que hacer desaparecer al hombre central, gobernante a la sombra, que constituía el eje del poder de Amón frente a los oscuros designios de Tiy y su familia. Este hombre era Amen-Hotep, hijo de Hapu.

En todo caso, hacia el día 26 del primer mes de la estación Ajet (inundación) del año 31 del rey (hacia finales de nuestro mes de agosto del años 1357 a. de C), cuando aún no habían transcurrido tres meses desde la finalización del primer Jubileo de Amen-Hotep III, una trágica noticia sacudió Tebas y a todo Egipto: el sabio Amen-Hotep, hijo de Hapu, los ojos y los oídos del faraón, el corazón latiente de la Tierra Negra, había dejado de existir.

Fue inevitable que corriera de boca a oído la terrible sospecha de que la muerte le había sido traidoramente servida al honorable y poderoso anciano. Todo Egipto paralizó la respiración y el presentimiento de que nada ni nadie sujetaría ya la maligna fuerza que amenazaba con destruir ‘la tierra bien amada’ atenazó las gargantas y los corazones. Todas la miradas se volvieron entonces, hacia los negros perfiles de la Gran Esposa Real Tiy y su enfermizo y enloquecido hijo.

Desaparecido el sabio Amen-Hotep hijo de Hapu, los acontecimientos del país iban a tomar un rumbo bien distinto. Con él se enterraban los poderes del clero de Amón y las posibilidades de conjurar la ruptura entre el clero Amoniano y la Casa Real, ya largamente anunciada. El propio rey debió asistir a las honras fúnebres de su leal consejero. Con tal motivo, sabemos que presidió personalmente el solemne acto de dictar el decreto fundacional del templo funerario de Amen-Hotep.

Nada mas morir Amen-Hotep hijo de Hapu según todas la apariencias, se produjeron las primeras persecuciones de altos funcionarios de la corte. Todo apunta a que, a partir de ese momento comenzaron a ser cesados en sus puestos una serie de nobles cortesanos que habían estado unidos a la persona del viejo gobernante y que habían participado en la celebración del Festival Sed del faraón.

Uno de ellos fue el Visir del Sur, Ra-Mose. Probablemente, ambos personajes estaban unidos por lazos de parentesco. Del estado de ejecución de su tumba en Gurnah (TT 55) se deduce claramente que ésta hubo de habilitarse rápidamente para su enterramiento, a pesar de estar sin concluir.

La destitución de Ra-Mose debió producirse antes del día 6 del cuarto mes de la estación de Ajet (Crecida) del año 31 de Amen-Hotep III, durante los mismos funerales de Amen-Hotep hijo de Hapu. De hecho, ya no era Visir cuando se otorgó en aquella fecha el decreto de la fundación funeraria de su protector y amigo. Su muerte, posiblemente, se produjo muy poco tiempo después.

Otro importante personaje, también llamado Amen-Hotep, el mayordomo del rey en Menfis, fue el siguiente en ser cesado en sus cargos. Era medio hermano de Ra-Mose. Sabemos que en el año 31, su hijo Ipy ocupaba sus puestos en la corte, por tanto, forzosamente debió haber fallecido entre los años 30 y 31 del rey. Todos estos acontecimientos sucedían durante los años cuatro al cinco del corregente, fechas coincidentes con los años 31 al 32 de su padre.

Durante la celebración del segundo y tercer jubileos de Amen-Hotep III, en los años 34 y 37 de su reinado, se sucedieron nuevas y terribles persecuciones de nobles tebanos. Sus tumbas fueron atacadas borrándose de donde fueron hallados los nombres de los dioses Amón, Mut, su esposa, y Jonsu, el hijo de ambos.

En el año 36 parece que el viejo rey se encontraba muy enfermo y, desde luego, apartado de todo en sus aposentos, bajo la vigilancia de su esposa, la reina Tiy. Se le envió una imagen de la diosa Ishtar de Nínive con pretendidas propiedades curativas que no pudo obrar  milagro alguno contra la verdaderas causas del mal que le aquejaba.

Amen-Hotep III murió, probablemente al inicio de su año 39 de reinado, coincidiendo con el duodécimo años del reinado de su hijo en aquel momento llamado Aj-en-Atón “El espíritu luminoso de Atón”.

El golpe para la conquista del poder se había consumado. La familia de Tiy, de evidente origen extranjero, había ocupado el trono de Egipto. Desde esta atalaya había infiltrado a sus miembros en los más importantes puestos de la realeza, el clero y la administración, llevando a cabo una auténtica purga en las estructuras de poder del dios Amón, a quien la dinastía debía las victorias sobre los extranjeros y su propia grandeza. De esa manera se  sustrajo  al faraón del poder tutelar del dios y de su clero, poniendo el destino de la tierra de Egipto en manos de gentes ajenas al mundo egipcio.

Las consecuencias de la maniobra política descrita están a la vista: Tiy hizo casar a su hijo, Amen-Hotep IV/ Aj-en-Atón, con sus sobrina Nefert-ity, que era, a su vez, hija de otro hermano de la reina, el Padre Divino Ay, proceloso y oscuro personaje que, cuando el joven rey Tut-Anj-Amón, sucesor de los monarcas heréticos, fue eliminado, se apropió sin legitimidad alguna del trono de Egipto.

El circulo estaba cerrado. Se hizo necesaria la intervención de un general, el futuro faraón Hor-em-Heb, para restaurar el orden vulnerado de Egipto. Como puede verse, ninguna cosas nueva bajo la capa del cielo.

 

Para saber más:

Bedman, T. Reinas de Egipto. El secreto del poder. Madrid, 2003.

Martín Valentín, F. J. Amen-Hotep III, el esplendor de Egipto. Madrid, 1998.

Reeves, N. Akhenaton, el falso profeta. Madrid, 2002.