LA ATLÁNTIDA: el mito que los egipcios transmitieron a Solón.

Por. Carlos J. Moreu

Del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto.

Publicado en Revista Historia 16, nº 376, Agosto, 20072.

 


De todos los relatos legendarios que fueron recopilados por los autores clásicos, el mito de la Atlántida es sin duda uno de los que provocan mayor fascinación. Muchos investigadores han intentado, por ello, dar respuesta al intrigante enigma que encierra, proponiendo una gran variedad de interpretaciones. En dos de sus famosos Diálogos el filósofo griego Platón narra la fabulosa historia de la Atlántida, un país situado en los límites occidentales del mundo antiguo que habría llegado a alcanzar un alto nivel de civilización en una época bastante remota, antes de hundirse catastróficamente bajo el mar o de ser repentinamente inundado por sus aguas. De acuerdo con esta leyenda, los poderosos atlantes habían conseguido someter bajo su dominio una gran parte de los países mediterráneos, pero su expansión hacia el este fue detenida por el heroico pueblo helénico, bajo el mando de los atenienses, poco antes de que se produjera el desastre final que destruyó la Atlántida.


En primer lugar conviene señalar que en los textos originales Platón utiliza el término nêsos para referirse al país de los atlantes, el cual ha sido traducido normalmente por la palabra “isla”, a pesar de que también significa “península” en lengua griega. El Dodecaneso es, por ejemplo, un conocido archipiélago de doce islas situadas en el mar Egeo, mientras que el Peloponeso es la península del sur de Grecia que, como es bien sabido, recibió su nombre de un héroe legendario llamado Pélope. Este dato tiene gran importancia, porque nos permite interpretar que la Atlántida no era necesariamente una gran isla situada en el océano Atlántico, como suele creerse, sino que podría tratarse de un territorio continental que se hallara cerca de las Columnas de Hércules, el estrecho comúnmente identificado como Gibraltar, y de este modo pudo haber sido igualmente una región occidental de Europa o de África.


En el diálogo sobre la naturaleza, también conocido como Timeo, y en el diálogo sobre la Atlántida, titulado Critias, Platón expone este sorprendente relato como tema central de una conversación, real o ficticia, entre el filósofo Sócrates y otros tres ilustres personajes llamados Timeo, Hermócrates y Critias. Este último era tío del propio Platón, y a fines del siglo V a. C. formó parte del gobierno de los Treinta Tiranos, establecido en Atenas por los espartanos tras su victoria en la guerra del Peloponeso. Además de dedicarse a la política Critias era filósofo y poeta y conocía bien, al parecer, la historia de la Atlántida, porque su abuelo, llamado también Critias, conservó unos valiosos escritos del sabio Solón, el célebre legislador de Atenas, quien había sido otro de sus antepasados. Tal como se explica en el primer diálogo, los escritos de Solón eran el fruto de un viaje a Egipto, ya que estos documentos recogían, en realidad, los conocimientos que unos sacerdotes egipcios le habían transmitido al sabio ateniense en el transcurso de aquel viaje.


El mito de la Atlántida parece tener su origen, por tanto, en antiguas tradiciones que los egipcios podrían haber conservado durante muchas generaciones y que debieron de llegar a Grecia en la primera mitad del siglo VI a. C., unos 200 años antes de que Platón las incorporase finalmente a su obra. En un período tan largo de formación, el relato tuvo que haber sufrido bastantes alteraciones. Algunas de ellas pudieron haber sido introducidas por los propios egipcios, y otras debieron de ser consecuencia de una posterior reelaboración en Grecia, la cual culminaría con la interpretación filosófica que Platón expone a través del discurso de su tío Critias. Así pues, no se debe tomar al pie de la letra el relato platónico de la Atlántida, como suelen hacer los que creen incondicionalmente en la existencia de una gran civilización de 12.000 años de antigüedad, pero un análisis más riguroso permite identificar, no obstante, la realidad que subyace en esta famosa leyenda.


SOLON EN EGIPTO


Desde mediados del siglo VII a. C. los navegantes griegos mantuvieron contactos regulares con Egipto, restableciendo unas relaciones comerciales que ya habían existido anteriormente, en la época micénica, y se habían interrumpido a principios de la Edad de Hierro. Psamético I, primer faraón de la XXVI Dinastía, fue el monarca que propició tales contactos al reclutar un contingente de mercenarios helénicos procedentes de las ciudades jonias de Asia Menor. Estos mercenarios establecieron sus campamentos en la región del delta del Nilo y unos años después un grupo de colonos llegados desde Mileto fundó la ciudad de Naucratis, cerca de la desembocadura occidental del río. La colonia griega se convirtió muy pronto en un importante enclave comercial, en una época en que se estaban abriendo nuevas rutas de navegación por el Mediterráneo. El faraón Necao, sucesor de Psamético, también sintió la necesidad de ampliar los conocimientos geográficos y organizó entonces un largo viaje de exploración por las costas africanas, el cual fue llevado a cabo por marinos fenicios. Éstos ya poseían sus propios puertos y factorías en Occidente, en colonias tan prósperas como Cartago y Gadir. Los griegos, por su parte, habían fundado Cirene en el litoral de Libia y Masalia en el sudeste de Francia, de modo que a principios del siglo VI a. C. algunos navegantes jonios estaban también explorando las costas de la península Ibérica para poder así acceder a las legendarias riquezas del reino de Tartesos, situado en el valle del Guadalquivir. Como resultado de aquellas navegaciones, los primeros geógrafos griegos llegaron a la conclusión de que el mundo estaba constituido, básicamente, por la tierra conjunta de Europa, Asia y África, la cual estaba completamente rodeada por el Océano, y que el Mediterráneo es solamente un mar interior cuyo límite occidental se encuentra en las Columnas de Hércules. Ésta es la descripción que Platón incluye en el Timeo y añade que la Atlántida se encontraba justamente frente al estrecho que separa los dos mares.


Fue en este gran período de descubrimientos geográficos cuando Solón, uno de los siete sabios de Grecia, viajó a la región del delta del Nilo y visitó la ciudad de Sais, que entonces era la capital de Egipto. Este hecho fue recogido por el historiador griego Herodoto, quien sitúa el viaje en los primeros años de reinado del faraón Amasis, cuando Solón tenía ya una edad bastante avanzada. El famoso legislador de Atenas no fue el único sabio griego que se trasladó a Egipto para adquirir conocimientos, pues también lo hizo el filósofo y astrónomo Tales de Mileto, contemporáneo suyo, y el propio Platón con posterioridad. Tal como relata Critias en uno de los Diálogos, Solón visitó en Sais el templo de Neit, diosa que había sido identificada por los griegos con Atenea. Un anciano sacerdote del templo le dijo entonces en tono condescendiente que los antepasados de Solón habían poseído una gran cultura, pero un desastre natural les había hecho olvidar aquellos conocimientos, hasta el punto de que tuvieron que volver a aprender a escribir. También explicó el viejo sacerdote que, por sus especiales condiciones geográficas, Egipto había estado a salvo de cualquier catástrofe, y de este modo la sabiduría que se conservaba tradicionalmente en sus templos era la más antigua. Esta conversación sobre los devastadores efectos producidos por los terremotos y las inundaciones condujo finalmente al sacerdote egipcio a relatar la legendaria destrucción de la Atlántida.


Ahora bien, se puede identificar aquel período de esplendor de la cultura helénica como la última fase de la Edad de Bronce, una época en la que los cretenses y los micénicos utilizaban los dos tipos de escritura conocidos actualmente como Lineal A y Lineal B. Ciertamente estos sistemas dejaron de usarse en la llamada Edad Oscura, la época inmediatamente posterior al declive de la civilización micénica, de modo que en el siglo VIII a. C. los griegos aprendieron de nuevo a escribir con otros signos diferentes basados en el alfabeto fenicio. En los textos de Platón se data el final de esa antigua cultura, así como el hundimiento de la Atlántida, en el año 9.500 antes de nuestra era, una fecha totalmente inverosímil que tal vez se deba a un error de traducción de las cifras originales egipcias, a una incorrecta transcripción posterior, o a una mera exageración introducida en el relato.


Como ya se ha señalado anteriormente, los egipcios habían mantenido ciertos contactos con los pueblos del Egeo durante la Edad de Bronce. Los más antiguos debieron de producirse en el tercer milenio a. C., cuando los documentos egipcios mencionan por primera vez a los haunebut, una denominación que debía de aplicarse originalmente a los habitantes de Creta y de otras islas situadas al sur del mar Egeo, y que luego se extendió también a los navegantes procedentes de Grecia y Anatolia. Más tarde, los egipcios se refieren específicamente a los cretenses cuando hablan de los keftiu, y en algunos monumentos construidos en la época de la XVIII Dinastía se pueden encontrar representaciones de los embajadores cretenses ofreciendo regalos al faraón. La mayoría de los historiadores cree que la brillante civilización minoica empezó a declinar por causa de una gran catástrofe natural, cuando se produjo la explosión de un volcán en la isla de Tera, la cual causó el hundimiento de una parte de la isla y un maremoto que debió de azotar la costa septentrional de Creta. Este acontecimiento puede ser el desastre que, para los sacerdotes de Sais, hizo que los griegos olvidasen una de las más antiguas e importantes culturas del Egeo, poseedora de un primitivo sistema de escritura, si bien la catástrofe debió de producirse unos 900 años antes de la visita de Solón a Egipto, en lugar de los 9.000 que señala Platón. Algunos investigadores modernos, como el griego S. Marinatos y el irlandés J. V. Luce, llegaron a identificar la propia isla de Tera con la legendaria Atlántida, pero lo cierto es que tanto Platón como los demás autores griegos que mencionan a los atlantes sitúan claramente su territorio en Occidente, lejos del mar Egeo.


Así y todo, el desastre que condujo al declive de la civilización minoica permitió que, a partir de 1450 a. C., los griegos micénicos se estableciesen en la isla de Creta y sustituyesen a los cretenses en sus relaciones comerciales con Egipto. Dos documentos egipcios, datados respectivamente en los siglos XV y XIV a. C., se refieren a Grecia como el país de Tanaya o Danaya. Esta antigua denominación, que posiblemente utilizaron también los sacerdotes egipcios, debió de ser interpretada por Solón como una alusión a los atenienses, cuando la aplicación del término podía extenderse a todos los griegos de la Edad de Bronce al ser éstos conocidos tradicionalmente como dánaos. Los hallazgos arqueológicos de algunos yacimientos micénicos y egipcios han confirmado los intercambios comerciales entre ambos pueblos, que fueron más frecuentes durante los reinados de Amenhotep III y Amenhotep IV. No obstante, los últimos contactos que los egipcios mantuvieron con los navegantes egeos de la Edad de Bronce no fueron tan pacíficos, ya que se produjeron alrededor del año 1200 a. C., cuando las antiguas civilizaciones del Mediterráneo oriental estaban atravesando una grave crisis. La documentación egipcia menciona entonces a los pueblos que venían desde “las islas de en medio del mar”, refiriéndose a los navegantes de origen egeo y anatolio. Estos pueblos del mar llegaron a formar poderosas coaliciones que trataron de invadir Egipto en dos ocasiones, pero sus ataques fueron rechazados por los faraones Merneptah y Ramsés III, respectivamente.


A finales del siglo XII a. C. se produjo el colapso de la civilización micénica, cuando las principales ciudades del Peloponeso fueron asaltadas y destruidas. La tradición griega identifica a sus atacantes como los dorios, una tribu helénica procedente del norte de Grecia cuya cultura estaba menos desarrollada que la micénica. Después de esta invasión los habitantes de Grecia dejaron de utilizar la escritura durante unos 400 años, tal como recordaban los egipcios, pero a partir del siglo VIII a. C., los griegos volvieron a alcanzar un alto grado de civilización. Las antiguas relaciones entre Grecia y Egipto pudieron restablecerse entonces; los mercenarios y comerciantes helénicos se instalaron en Naucratis y en otros enclaves del delta del Nilo, y llegaron incluso a poblar un barrio de Menfis. Por eso el anciano sacerdote de Sais le reveló a Solón que los lazos de amistad que existían entre la población egipcia del Delta y los navegantes del Egeo se remontaban a una época muy antigua. Esta edad dorada puede situarse claramente entre los años 1550 y 1250 a. C., antes de que los llamados Pueblos del Mar se hubiesen convertido en una seria amenaza para Egipto.     

                                              
LA ATLANTIDA GEOGRAFICA


El territorio que Platón denominaba nêsos Atlantis, expresión habitualmente traducida como isla Atlántida, ha sido buscado en diversas zonas del océano. Partiendo de esta errónea premisa, se ha supuesto que las islas Canarias, las Azores o las islas Británicas podrían ser los restos de un fabuloso continente sumergido en el Atlántico hace miles de años, e incluso se han llegado a realizar exploraciones submarinas en el mar Caribe, un lugar completamente desconocido para los griegos y egipcios de la Antigüedad. Otros investigadores han propuesto localizaciones que aún parecen menos razonables, como Etiopía, Palestina o Mongolia.


Si consideramos, en cambio, que la Atlántida era un territorio situado en las proximidades del estrecho de Gibraltar y que no estaba totalmente rodeado por el océano, comprobamos que su localización en la península Ibérica resulta mucho más factible. Esta idea, que cuenta con una larga tradición en nuestro país, fue también contemplada por el arqueólogo alemán A. Schulten, en su estudio sobre la civilización tartésica, y ciertamente la descripción del área donde se encontraba la capital de Atlántida, que podemos leer en el diálogo Critias, se ajusta bastante bien al sudoeste de España, la tierra regada por los ríos Guadiana y Guadalquivir.


En el texto platónico se indica que la legendaria ciudad de los atlantes se hallaba en una gran llanura orientada hacia el sur, la cual medía 3.000 estadios de largo (unos 540 kilómetros), y esta extensión podía ser realmente la que ocupaban los antiguos tartesios. También se señala que, entre la citada planicie y el mar, se elevaba una cadena montañosa que puede identificarse con la cordillera Bética, situada al sudeste del río Guadalquivir y cerca del Mediterráneo. El texto añade, además, que la ciudad estaba rodeada por un sistema de canales, y que distaba 50 estadios de la costa, lo cual se asemeja a la tradicional descripción –escrita por el poeta Avieno– de la capital de Tartesos, una ciudad que se situaba en una isla formada por los esteros del río homónimo, identificado normalmente con el Guadalquivir. Esta isla ya no existe como tal en la actualidad, ni tampoco el mencionado estuario, debido a la gran sedimentación que la corriente fluvial ha producido en los últimos 2.000 años.


Otro dato que refuerza una localización en Andalucía es la mención que Platón hace de Gadir –la ciudad predecesora de Cádiz– como parte integrante de la Atlántida, ya que esta colonia fenicia se encontraba bastante cerca de Tartesos. Los griegos habían empezado a establecer contactos comerciales con los tartesios en la época de Solón, y aquellos navegantes pudieron haber exagerado entonces en sus relatos la grandeza de la civilización tartésica. No obstante, cuando Platón escribió sus Diálogos, la pujanza de Tartesos en Occidente había sido sustituida por la de Gadir y Cartago, y de este modo su mitificación pudo haber originado la creencia de que una próspera civilización atlántica había desaparecido repentinamente.


Ahora bien, Platón nos informa de la abundante existencia de elefantes en la Atlántida, lo cual no se ajusta tanto a la península Ibérica como al noroeste de África, otra región situada en las proximidades de Gibraltar, donde realmente hubo elefantes en la Antigüedad. En esta zona se halla, además, la cordillera del Atlas, identificada por los griegos como la morada del titán Atlas o Atlante. Según la tradición helénica, los dioses del Olimpo derrotaron en una gran guerra a los titanes, y entonces Zeus confinó a Atlante en el lejano Occidente condenándole a sostener el peso de la bóveda celeste. De hecho, Atlas significa en griego “el que soporta”.


El historiador Herodoto, por su parte, hizo referencia a una tribu de libios que vivía en la región del Atlas en el siglo V a. C., explicando que “esta cordillera es la columna del cielo, la cual, por cierto, les ha dado el nombre; pues estos hombres se llaman, como era de esperar, atlantes.” (Historia IV, 184). También Diodoro Sículo (III, 54, 4) relaciona a los atlantes con el noroeste de África y con una ciudad llamada Cerne. De acuerdo con las indicaciones del geógrafo griego Escílax, Cerne debía de situarse en Punta Sarga, en la costa atlántica que se extiende al sudoeste del Atlas, y fue un enclave visitado por los comerciantes fenicios y cartagineses, quienes posiblemente establecieron allí una pequeña colonia. Con respecto al legendario titán castigado por Zeus, dice Diodoro en su Biblioteca de Historia (III 60, 1): “Atlas recibió las zonas costeras junto al Océano y llamó atlantes a estos pueblos y también llamó Atlas a la montaña más alta del país.” Y añade en otro párrafo (III 56, 2): “Los atlantes, que habitan las regiones junto al Océano y viven en una próspera tierra, parecen diferir mucho de los pueblos vecinos por el respeto a los dioses y cortesía hacia los extranjeros, y afirman que el nacimiento de los dioses se produjo entre ellos.”


Los dos últimos textos identifican con bastante claridad el amplio territorio que los antiguos griegos llamaban Atlántida, o el país de los atlantes, el cual debía de extenderse por la península Ibérica –donde Platón parece ubicar su capital– y el noroeste de África, incluyendo la cordillera del Atlas. Ambas regiones están localizadas junto a las Columnas de Hércules y el océano Atlántico y habían sido exploradas por fenicios y griegos antes de que el sabio Solón visitara Egipto. Así pues, los sacerdotes de Sais pudieron haberle hablado a Solón de unas tierras occidentales situadas entre el mar interior y el mar exterior, según la información que ellos también poseían, y el viejo legislador utilizó entonces en sus escritos el término griego Atlantis, derivado de Atlas, para denominarlas.        

        
TRANSFONDO HISTORICO DEL MITO


Las culturas occidentales que dieron origen al mito de la Atlántida no estaban tan desarrolladas, por lo general, como las grandes civilizaciones del Mediterráneo oriental. El reino de Tartesos, que floreció entre los siglos IX y VI a. C., fue el resultado de una progresiva difusión de los avances culturales procedentes de Oriente, la cual se produjo a través del sur de Italia, Sicilia y Cerdeña. Nunca alcanzó, al parecer, el esplendor que Platón atribuye a la Atlántida, ni fue por tanto el centro de un gran imperio que dominaba  “los pueblos de Libia, hasta Egipto, y Europa hasta Tirrenia”. De hecho, la civilización tartésica no era tan brillante como la civilización etrusca, que surgió en el noroeste de Italia durante el mismo período, y que también fue fruto de esa difusión cultural hacia Occidente.


Es cierto, sin embargo, que los países del Mediterráneo occidental habían evolucionado hasta entonces de una forma bastante homogénea. En el período Neolítico se difundió por esta amplia zona la cerámica impresa y cardial, cuyo uso llegó hasta el noroeste de África. Después se desarrolló la cultura de los megalitos, que desde las costas atlánticas se extendió por el oeste hasta las islas Británicas y por el este hasta Cerdeña y Malta. Las principales tumbas megalíticas de la península Ibérica se construyeron en el Sudeste, en las mismas zonas donde se empezó a desarrollar la metalurgia. Los hallazgos arqueológicos de El Argar, yacimiento almeriense del segundo milenio a. C., indican que sus pobladores mantuvieron ciertos contactos con otras culturas del Atlántico y del Mediterráneo occidental, en una época en que los navegantes procedentes del mar Egeo viajaban a su vez hasta las costas de Sicilia, Cerdeña y Libia para comerciar con sus habitantes. Esta cadena de intercambios provocó una primera difusión hacia Occidente de los avances culturales que se habían producido en el Mediterráneo oriental durante la Edad de Bronce, antes de que se estableciesen colonias fenicias y griegas en la península Ibérica. En ese período de precolonización, los pobladores del valle de Guadalquivir recibieron influencias de la cultura de El Argar, y empezaron entonces a intensificar la explotación minera y a establecer sus propios contactos con otras regiones costeras del Atlántico y del Mediterráneo, dando así origen a la civilización tartésica.


En la época de Solón los egipcios debían de relacionar a los pobladores de Occidente con las tribus libias, como la de los “atlantes” mencionada por Herodoto, ya que el limitado conocimiento que ellos tendrían entonces sobre Tartesos o Gadir sólo podía proceder de las informaciones suministradas por los navegantes fenicios y griegos. Las tribus nómadas de Libia se desplazaban habitualmente por el árido territorio que se extiende entre la cordillera del Atlas y la orilla occidental del Nilo, y por ello los egipcios habían temido constantemente, desde tiempos muy antiguos, una masiva invasión de sus fértiles tierras desde el oeste. Este temor tan arraigado tiene su reflejo en el relato de Platón, en el que se narra la amenaza del “imperio atlante” sobre los países del Mediterráneo oriental, una amenaza que es combatida principalmente por los griegos. En relación con esto hay que recordar que los faraones de la XXVI Dinastía tenían a su servicio un gran número de mercenarios helénicos, la mayoría de los cuales era de estirpe jónica, y que estos mercenarios protegían la frontera occidental de Egipto en los tiempos de Solón. La tradición griega conserva, por otra parte, algunos relatos míticos que narran las hazañas de los héroes Perseo y Hércules en el lejano Occidente, enfrentándose a monstruos como la gorgona Medusa y a gigantes como Anteo y Gerión. Cuando Hércules realiza su undécimo trabajo, obtiene del propio Atlante las manzanas de oro de las Hespérides, tres ninfas que eran hijas del titán. Estas leyendas parecen reflejar la expansión colonizadora de los griegos hacia Occidente, iniciada en el siglo VIII a. C., pero también pueden tener su origen en la Edad de Bronce, cuando los navegantes egeos tuvieron sus primeros encuentros con los libios que habitaban al oeste de Egipto.


EL DESASTRE DE LA ATLANTIDA


En cuanto a la gran catástrofe que, según el relato platónico, hundió o inundó la Atlántida, hay que señalar que la actividad sísmica que se produce periódicamente en determinadas zonas debió de provocar algunos maremotos en la Antigüedad que habrían arrasado la costa noroccidental de África, y el recuerdo que conservaran las tribus libias de tales desastres pudo ser transmitido posteriormente a los sacerdotes egipcios. El Mediterráneo occidental engloba un área sísmica que se extiende por las costas del Magreb y la península Ibérica y que también afecta a sus fondos marinos. La conversación inicial de Solón con los sacerdotes de Sais, recogida en el diálogo Timeo, trata de los desastres naturales que cada cierto tiempo destruyen los logros alcanzados por el hombre. Se cuenta entonces la catástrofe que antiguamente afectó al mar Egeo, la cual puede estar relacionada, como ya se ha visto, con el estallido del volcán de Tera y el consiguiente hundimiento de una parte de esta isla, haciendo luego referencia a un violento terremoto y a una inundación que hizo desaparecer la Atlántida bajo el mar. Aunque es posible que una gran ola o tsunami provocada por el desastre de Tera llegara a sentirse en la costa de Libia, la legendaria destrucción de la Atlántida tuvo que haber sido un acontecimiento diferente. Como señala R. Graves en sus comentarios a los mitos griegos, la catástrofe a la que se refería Platón debe de ser la misma que relata Diodoro Sículo en su Biblioteca de Historia (III 55, 3) al explicar que, por la acción de unos seísmos, se sumergieron las zonas de Libia próximas al Océano y que la región del lago Tritonis fue igualmente inundada por el mar. Este mismo autor indica en otro pasaje (III 53, 4) que el lago Tritonis se encontraba cerca de “la cadena montañosa paralela al Océano, que es la más alta de esta zona y se precipita sobre el mar, y es llamada por los griegos Atlas”, expresando además que la isla Hesperia, o la mítica tierra de las Hespérides, estaba situada en aquel lago.


Así pues, un terremoto de gran intensidad, seguido de un maremoto, pudo haber causado la violenta penetración de las aguas marinas, desde el golfo tunecino de Gabes, en las regiones que se encuentran al sudeste del Atlas, convirtiendo lo que antes habría sido un pequeño lago en una especie de mar interior. Hay que tener en cuenta que algunas zonas de Túnez y Argelia se encuentran actualmente por debajo del nivel del mar, hecho que inspiró al escritor J. Verne una imaginativa novela –titulada precisamente La invasión del mar– que planteaba la construcción de un canal que llevara las aguas del Mediterráneo hasta esas zonas, para poder suavizar así la sequedad de su clima. Esa laguna de agua salada, llamada por los griegos Tritonis, existió realmente en tiempos prehistóricos y debió de cubrir originalmente una gran extensión, aunque su tamaño fue progresivamente reduciéndose debido a las variaciones climáticas, de modo que sus actuales restos son unas marismas llamadas Chott Djerid y Chott Melghir. Según la tradición helénica, los legendarios tripulantes del navío Argos, conocidos como los argonautas, tuvieron que trasladar por tierra su famoso barco, que había quedado varado en la costa más lejana de Libia, hasta el salado lago Tritonis y pudieron volver después al Mediterráneo por un río llamado Tacape. También se recoge en otras fuentes clásicas el testimonio del geógrafo Escílax, del siglo VI a. C., que confirma la existencia de aquel antiguo lago, y el propio Herodoto lo menciona en su obra (IV, 180) cuando describe las tribus libias y sus territorios.


Los textos de Platón expresan, además, que el hundimiento –o inundación– de la Atlántida había dificultado la navegación en aquella zona, al encontrarse a escasa profundidad el territorio cubierto por las aguas. Este pasaje puede referirse al hecho de que, ya en la época clásica, una gran parte del lago Tritonis debía de haberse convertido en una marisma inaccesible para la mayoría de las embarcaciones, e igualmente puede basarse en las informaciones que los comerciantes fenicios difundían intencionadamente entre sus competidores, relativas a la existencia de peligrosos bajíos en las costas situadas más allá de las Columnas de Hércules y de plantas o algas flotantes que cubrían la superficie del mar. Aunque el litoral atlántico de la península Ibérica no debió de sufrir el desastroso maremoto que inundó la zona del lago Tritonis, es cierto, sin embargo, que existieron antiguamente tales bajíos en las desembocaduras de los principales ríos ibéricos, así como en el propio estrecho de Gibraltar. De este modo los navegantes tenían que dirigir sus barcos con bastante precaución, como nos explica Estrabón en su Geografía (III 2, 4), ya que un rápido descenso de la marea podía dejarlos varados en medio de un estuario.


En conclusión, el mito de la destrucción de la Atlántida pudo haberse basado, por tanto, en la inundación producida por las aguas del Mediterráneo –como consecuencia de un intenso movimiento sísmico– de una parte de los territorios habitados por los pueblos occidentales a los que los griegos denominaron atlantes. La época en que habría ocurrido tal catástrofe no se puede concretar, pero no debió de ser anterior, en cualquier caso, al período Neolítico.                                         

LA LEGENDARIA GUERRA CONTRA LOS ATLANTES.


Ya se ha explicado cómo el heroico enfrentamiento de los griegos contra los atlantes, que constituye otro de los elementos del mito, puede ser una proyección en el pasado de la labor defensiva que desarrollaron los mercenarios jonios en la frontera occidental de Egipto entre los siglos VII y VI a. C. No obstante, este hecho histórico pudo haberse mezclado en el relato de Platón con una antigua leyenda griega: la guerra que sostuvieron los dioses del Olimpo contra los siete titanes, dirigidos por Atlante. De acuerdo con esta tradición, el omnipotente Zeus se rebeló contra su padre, el titán Crono, y ayudado por los demás dioses y por los cíclopes, gigantes de un solo ojo, luchó durante diez años contra los titanes, a los que finalmente derrotó. Los vencidos fueron expulsados al lejano Occidente y el titán Atlante fue entonces confinado en el noroeste de África y castigado a sostener el cielo sobre sus hombros.


Ahora bien, el historiador Dionisio de Halicarnaso señala en una de sus obras (Hist. Rom. I, 61) que Atlas o Atlante fue el primer rey de Arcadia, región situada en el centro del Peloponeso. De acuerdo con esta versión, es posible que los primitivos habitantes del sur de Grecia hubiesen identificado originalmente a Atlante, el titán que soportaba el peso del firmamento, con las montañas de Arcadia y que al conocer después los griegos la cordillera norteafricana, la más elevada de los países mediterráneos, hubiesen trasladado a esta zona la antigua deidad que era considerada “la columna del cielo”. La mítica guerra entre Zeus y los titanes puede simbolizar, además, la sustitución de unas divinidades prehelénicas por los dioses que eran venerados por otras tribus de origen indoeuropeo, como la de los aqueos, las cuales debieron de invadir el Peloponeso a mediados de la Edad de Bronce. Si identificamos, además, a los más antiguos pobladores de Grecia con los súbditos del divinizado rey Atlas de Arcadia también se puede ver en la legendaria lucha entre griegos y “atlantes” un trasunto de la conquista helénica del Peloponeso.


De hecho, los pueblos que habían ocupado Grecia desde el Neolítico eran de tipo mediterráneo, como las tribus norteafricanas e ibéricas que habitaban en Occidente, diferentes por tanto a los invasores indoeuropeos que penetraron en Grecia desde los Balcanes. No sería extraño entonces que los griegos posteriores, descendientes de aquellos inmigrantes, pensasen que los habitantes del Mediterráneo occidental pertenecían a una estirpe muy antigua, emparentada con la de los pueblos prehelénicos a quienes se habían enfrentado en el pasado. De acuerdo con esta visión, los griegos podían llegar a creer que habían “liberado” los territorios del Egeo del dominio de los atlantes o, más bien, de sus parientes orientales.
La tradición helénica recogida por Dionisio recuerda además un gran diluvio que inundó los campos de Arcadia en los tiempos en que gobernaba el citado rey Atlas, y este hecho también tiene cierta similitud con la legendaria catástrofe que, según Platón, sufrieron los atlantes.         


EL MODELO PLATÓNCIO DE CIVILIZACION


En los Diálogos que tratan sobre la Atlántida el ateniense Critias explica que su familia había conservado los antiguos manuscritos de Solón, y que él mismo los había estudiado mucho desde niño. El contenido de esos escritos podía ser bastante heterogéneo en realidad, pero los herederos de Solón debieron de creer que todos ellos formaban parte de un mismo relato y, de este modo, la información que transmitieron a sus contemporáneos se convirtió en una fusión de elementos de diverso origen. Las vagas referencias a los pueblos libios y a las primeras civilizaciones ibéricas, recibidas de los sacerdotes egipcios y los navegantes que exploraban las costas más alejadas del Mediterráneo, se mezclan con la mítica guerra entre los dioses y los titanes, procedente de la tradición griega. Y también parecen confundirse en la fabulosa historia de la Atlántida las catástrofes naturales ocurridas en zonas tan diferentes como el lago Tritonis, la región de Arcadia y la isla de Tera.


Así pues, el relato escrito por Platón no resulta ser verdadero en su conjunto, pero cada uno de los fragmentos que lo conforman, por separado, sí parece tener su propia base histórica. El filósofo ateniense aprovechó esta leyenda para exponer, además, las características que para él debía de tener una civilización muy desarrollada. De este modo, la Atlántida se muestra como un mundo utópico, muy alejado en el espacio y el tiempo, e igualmente se convierte a la sociedad de los primitivos atenienses en un arquetipo ideal. La increíble fecha en que se sitúan los acontecimientos narrados en los Diálogos, alrededor del año 9.500 a. C., lleva a Platón a contradecirse en algunos puntos de la descripción atribuida a Critias, pues en cierto pasaje explica que los barcos eran todavía desconocidos en aquella remota época y poco después afirma que la capital de los atlantes poseía un gran puerto lleno de trirremes. No debe buscarse, por tanto, una realidad histórica en esa esplendorosa civilización de la Atlántida, más allá del recuerdo distorsionado de las antiguas culturas occidentales que evolucionaron desde las construcciones megalíticas hasta el auge de Tartesos. Y aunque el legendario reino de los atlantes parece incorporar algunos rasgos que podrían proceder del mundo tartésico, o de la igualmente desaparecida civilización minoica, su descripción responde más bien a un modelo helénico del siglo IV a. C. La capital de los atlantes posee así numerosos templos, jardines y gimnasios, y a ella acuden comerciantes llegados de todas las partes del mundo. Se cuenta además que está llena de riquezas y que el mayor de sus templos, dedicado a Poseidón, está revestido de oro, plata y marfil.


La filosofía idealista de Platón se puede reconocer también en la explicación que da Critias a la decadencia de los atlantes, cuando relata que su elevada virtud y su esencia divina se fueron debilitando por haberse mezclado con la naturaleza mortal y que, al imponerse en ellos esta imperfecta humanidad, se volvieron más codiciosos y arrogantes hasta que Zeus los castigó con su aniquilación. Ahora bien, Platón se equivocaba igualmente en este punto, porque si el país de los mitificados atlantes era, en realidad, la zona geográfica que se encuentra junto al estrecho de Gibraltar, los actuales habitantes de la península Ibérica somos sin duda una parte representativa de sus descendientes.         

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