LA CIUDAD PERDIDA DE ITCHIT-TAUY

Por Francisco Martín Valentín

Director del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto

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¿Sigue Egipto albergando misterios no desvelados entre las arenas de sus desiertos?. ¿Conocemos ya todo sobre el viejo país de los faraones o, acaso todavía es posible vivir allí la aventura de la auténtica exploración arqueológica en búsqueda de fabulosas ciudades desaparecidas hace miles de años?.

Estas son algunas de las preguntas que, muy a menudo, hacen muchas personas interesadas por esta antigua civilización.

Las respuestas pueden ser rotundas pero casi siempre están envueltas en la bruma de las dudas y la lejanía de los tiempos.

La civilización faraónica se desarrolló durante un periodo de más de tres mil años en un estrecho valle con una superficie habitable de no más de veinte kilómetros de ancho.

El padre Nilo fue depositando año tras año, crecida tras crecida, sus capas aluviales de negro barro fertilizante que fueron rellenando el país y creando la magnífica lengua del Delta, antes de entregar sus aguas dulcemente a través de múltiples brazos de corriente al Mar Mediterráneo.

De otra parte, desde el interior de los desiertos, el reino de la tierra roja del dios Seth,  las furiosas tormentas de arena han ido avanzando cubriendo con su manto protector, como si fuera un sudario mortuorio, los restos de aquélla prodigiosa civilización.

La  moderna investigación del mundo de los antiguos egipcios no posee más de doscientos años de actividad. Por tanto, ¿Cómo no esperar encontrar entre el polvoriento barro de los Tells o bajo las dunas de los desiertos circundantes al valle nuevos y esplendentes hallazgos?.

Por estas razones los egiptólogos buscan e investigan. Una inscripción en una estela de piedra, un texto en un viejo fragmento de papiro, una vasija con el nombre de dos reyes hallada en un rincón olvidado, son algunos de los elementos que, en ocasiones, pueden hacernos reflexionar y tratar de recuperar esos retazos perdidos de la historia egipcia para, pacientemente, sin prisa, tratar de devolverlos a la vida.

 

Los ecos de los viejos escritos

Bernardino Drovetti, cónsul de Francia en Egipto, adquirió en el año 1820 un papiro muy dañado, que aún se deterioraría más posteriormente, que contenía una relación de reyes desde la época más remota hasta la dinastía XVII. Fue un escriba de la época de Ramsés II el que redactó este importantísimo documento que luego serviría para comprobar y establecer la lista de los soberanos que, hasta la fundación del Imperio Nuevo, habían reinado en Egipto.

Este magnífico documento, hoy llamado por los egiptólogos el Canon Real de Turín, por formar parte de las colecciones egipcias de dicho museo italiano, recogía en alguno de sus fragmentos una referencia a los reyes de la Residencia de Itchit-Tauy y más adelante, al concluir la lista a la que tal epígrafe se refería, el escriba ramésida volvía a consignar la frase Total de los reyes de la Residencia de Itchit-Tauy.

Al descifrar estos textos en escritura hierática, los especialistas comenzaron a plantearse diferentes preguntas.

¿Quienes eran aquellos reyes mencionados en el Canon de Turín? y ¿dónde se encontraba esa misteriosa residencia donde parece que instalaron su capital?.

La primera de las cuestiones fue fácilmente averiguada. Sin duda esa lista se refería a la dinastía establecida por el historiador egipcio Maneton de Sebennytos, como la duodécima. Es decir, la fundada por el rey Amen-em-Hat I hacia el año 1994 a. de C.

Pero, ¿y la ciudad?. Nunca antes se había oído hablar de ella y, naturalmente, se ignoraba todo sobre su lugar de emplazamiento.

¿Cómo era posible que algunos de entre los más prestigiosos monarcas de toda la Historia de Egipto hubieran tenido su capital en un lugar que, literalmente, había sido tragado por el tiempo y las arenas?.

Cuarenta años más tarde, en 1862, cuando Auguste Mariette excavaba en el Guebel Barkal, la montaña sagrada de Napata, en el profundo Sudán, se encontró una  magnífica estela de piedra erigida por orden del faraón negro Pi-Anjy.

Este rey, que invadió Egipto hacia el 734 a. de C. recogió el relato de su conquista. En ella se relata como el rey del norte, Tefnajt, dominaba una parte de Egipto que iba desde los marjales costeros hasta Itchit-Tauy.

Así, de nuevo, surgía en las antiguas inscripciones el nombre de la misteriosa ciudad. Pero esta vez, el dato permitía pensar razonablemente que la misteriosa ciudad se hallaría ubicada en algún punto indeterminado del Egipto Medio.

También cabía pensar que la ciudad perdida habría sobrevivido al menos durante mil trescientos años, desde su fundación al principio del Imperio Medio, hasta la última noticia conocida de la misma, durante la Baja Época.

Itchit-Tauy: La dominadora de las Dos Tierras.  

Cuando Amen-em-Hat I, el fundador de la dinastía XII, alcanzó el poder, puso en marcha un gran programa de unificación a lo largo de todo Egipto.

Los señores provinciales, sucesores de los antiguos gobernadores locales que habían alcanzado gran poder e independencia a finales del Imperio Antiguo habían llevado a todo el país a la anarquía.

El nuevo rey se impuso la tarea de controlar al Alto y al Bajo Egipto. Para ello decidió trasladar la capital de la corte desde Tebas, en el sur, hacia un lugar en el Egipto medio que no estuviera demasiado lejano de la antigua capital de Menfis.

El emplazamiento exacto de la ciudad sigue siendo un enigma pero sabemos que se llamaba 'Amen-em-Hat Itchit-Tauy', es decir, 'Amen-em-Hat, es el que domina las Dos Tierras'.

También sabemos que la residencia real fijada por el nuevo monarca en dicho lugar siguió siéndolo hasta finales de la dinastía XIII, hacia el año 1634 a. de C.

Probablemente el poderoso rey de la dinastía XII decidió que, desde el emplazamiento de su nueva ciudad, controlaría con mano férrea las Dos Tierras, el Alto y el Bajo Egipto. Cabe pensar que hizo trasladarse hasta allí para residir en ella a los descendientes de los antiguos y prestigiosos artistas de Menfis, la tradicional capital del norte de.

También viajaron a Itchit-Tauy los obreros, arquitectos, escribas y funcionarios necesarios para construir y organizar la nueva ciudad.

Así pues, la ciudad de Amen-em-Hat I debió ser construida en algún lugar situado hacia el sur de la antigua Menfis. Pero ¿dónde?.

 

La Clave puede estar cerca de las pirámides.

En el desierto líbico, a unos 40 kms. de distancia al sur de El Cairo, se inicia una cadena de pirámides semiderruidas alineadas a lo largo de otros cuarenta más, desde la llanura de Dashur hasta la zona de Meidum, en lo que se llama la antigua necrópolis de Sakara Sur.

Hasta los años ochenta del siglo diecinueve todas las pirámides allí existentes eran consideradas anónimas. No había constancia acerca de cuáles fueran los reyes que las habían hecho construir.

Entre los años 1894 y 1896, los egiptólogos franceses Gautier y Jéquier, mientras exploraban los restos de la más septentrional de las dos pirámides existentes en una zona intermedia llamada El Lisht, descubrieron que su constructor había sido el rey Amen-em-Hat I, el fundador de la ciudad perdida. Algunos años antes, en las campañas de excavación de 1881-1882, Gaston Maspero, otro importante egiptólogo, había averiguado que el constructor de la otra pirámide de El Lisht, la más meridional, había sido el gran rey Sen-Usert I, el segundo soberano de la dinastía XII, hijo y sucesor de Amen-em-Hat I.

Finalmente, en 1895, la pirámide central de Dashur reveló el nombre de su constructor, el tercer rey de la dinastía XII, Amen-em-Hat II.

Así pues, parece que los primeros soberanos de la citada dinastía eligieron esta zona, curiosamente situada en los límites entre el Bajo Egipto y el Egipto Medio, para hacerse construir sus tumbas piramidales.

Este hallazgo hizo recapacitar a los egiptólogos, recordando los textos que mencionaban la ciudad desaparecida de Itchit-Tauy. ¡Aquél podría ser el lugar de su ubicación!. Todos los datos parecían coincidir. Es sabido que, normalmente las tumbas reales se hacían construir en las cercanías de las ciudades donde los reyes tenían sus residencias palaciales y sus cortes.

Inmediatamente se pusieron manos a la obra. Misiones arqueológicas del Metropolitan Museum de Nueva York comenzaron a excavar la zona de Lisht. Durante los años 1906 y 1922, se exploró y excavó la zona de la pirámide de Amen-em-Hat I, mientras que la de su hijo, dos kilómetros más al sur, fue investigada y excavada entre los años 1908 al 1934.

Los americanos esperaban encontrar la mítica ciudad perdida. Si lo que habían mostrado las excavaciones de los soberbios conjuntos piramidales estaba a la altura de la ciudad perdida, aquélla tendría que ser fabulosa.

El área de su posible ubicación se encontraba desparramada a lo largo de unos cincuenta kilómetros. Ciertamente, ¡era demasiado!.

Pero ¿cómo era posible que no quedase ni el menor rastro de ella?. ¡Había sobrevivido durante más de mil trescientos años y había sido la más importante capital de Egipto durante casi trescientos cincuenta años.!

 

Las últimas hipótesis: semillas del futuro hallazgo.

Después de múltiples investigaciones sin éxito todos los indicios apuntan a que los restos de la ciudad perdida podrían hallarse en los confines del desierto, cerca de la moderna población de El Lisht. Una de las principales razones para decidirse por esta ubicación sería, aparte de la presencia de las pirámides en la zona, la existencia de un antiguo canal del Nilo cuyos restos hoy reciben el nombre de Bahr El Libeini, que habría conducido hasta un puerto construido en las inmediaciones del conjunto de la ciudad funeraria de la pirámide de Amen-em-Hat I.

En cualquier caso la ciudad perdida del Egipto Medio, la mítica Itchit-Tauy, espera escondida entre las arenas del desierto y, posiblemente bajo las construcciones actuales de los campos, pueblos y ciudades de la zona.

Su sueño eterno y su paz no se han visto perturbados y sus milenarios secretos yacen todavía bajo los sedimentos de los milenios y las seculares tormentas del Jamsin desértico.