El templo de Debod de Madrid
El último dominio de Isis

Por Nacho Ares.

 

Pocos conocen que en España se conserva uno de los templos egipcios más importantes salvados de las aguas de la presa de Asuán a finales de la década de los 60 del siglo XX. En el céntrico Parque del Cuartel de la Montaña en Madrid, muy cerca de Príncipe Pío, puede observarse esta magnífica pieza de la arquitectura tardía faraónica. Fue inaugurado el 20 de julio de 1972 por las autoridades españolas en su nueva ubicación, para la cual se acondicionó un terreno especial, conservando la orientación este-oeste original del edificio.

Lo que ha llegado hasta nuestros días del templo de Debod es en realidad una versión “corregida y aumentada” del santuario primitivo, fechado en época meroítica. Uno de los soberanos del reino de Meroe, situado antiguamente en el actual Sudán, que durante varios siglos se hizo con las riendas del Valle del Nilo, fue el primer constructor de Debod. Su nombre era Adijalamani (Adijalamani). Quizá se trate del Tabirqo que aparece en las listas reales meroíticas y que gobernó el país de los faraones entre los años 200 y 185 a. C. Él fue el constructor de la pequeña capilla que sirvió de núcleo originario del templo actual.

Recientemente acondicionado para su visita, llevando a cabo las técnicas museísticas más modernas, el templo de Debod es un referente obligado para todos los aficionados a la historia y los misterios de la cultura faraónica. Por medio de maquetas, vídeos y proyecciones audiovisuales sobre las paredes del templo, el visitante puede acceder al verdadero significado de este espectacular y hasta hace pocos meses marginado edificio.

Centro de peregrinación

Emplazado originalmente a 10 kilómetros al sur de la moderna presa de Aswan, sobre la orilla oeste del Nilo, hace más de 2.000 años el templo de Debod era uno de los lugares de peregrinación más importantes de todo Egipto. Aunque originalmente los reyes meroíticos lo destinaron al culto del todopoderoso dios Amón, algunos de los Ptolomeos de los siglos II y I a. C. (en concreto Ptolomeo VI, VIII y XII) engrandecieron la estructura del templo y lo destinaron a los cultos de la diosa Isis, ritos que continuaron años después con las remodelaciones llevadas a cabo por los emperadores romanos Augusto (63 a. C.-14 d. C.) y Tiberio (42 a. C.-37 d. C.). Fueron precisamente estos dos soberanos romanos los que construyeron el antiguo embarcadero, hoy totalmente desaparecido, y la vía sagrada que unía el santuario con el río Nilo a través de dos muros paralelos.

Según las investigaciones del Dr. Santiago Montero, de la Universidad Complutense de Madrid, el templo de Debod estaba directamente conectado con el de Isis en la isla de Filae. La tradición egipcia relata que fue precisamente en Debod en donde la diosa Isis sintió los dolores del parto de su futuro hijo Horus, el dios halcón, concebido como fruto de su relación con Osiris, el dios de la muerte.

Como es lógico, el templo ha cambiado mucho su aspecto exterior original si lo comparamos con el que tiene hoy en el madrileño Parque del Cuartel de la Montaña. Al igual que todos los santuarios antiguos, el templo de Debod estaba rodeado por un muro que delimitaba el recinto sagrado. Dentro de él había diferentes estancias hoy desaparecidas y que estaban destinadas a cubrir las necesidades de alojamiento y almacenamiento de enseres de los sacerdotes que allí vivían. Además, el templo contaba también con un lago sagrado, ubicado junto al extremo norte del recinto, en el que se llevaban a cabo todas las ceremonias destinadas a recrear el momento del origen del mundo a partir de las aguas del caos.

 

Un Debod insólito

Algo de especial debió de tener el templo de Debod cuando personajes de la talla de Augusto se acercaron hasta este inhóspito lugar del desierto nubio para honrar a otra de las grandes divinidades que se alojaban en el santuario. Me refiero a Mahesa, dios con cabeza de león y de origen nubio, identificado posteriormente con el dios Amón. Este detalle que nos puede resultar hoy habitual, que un emperador se acerque a realizar ofrendas a un templo de una de las provincias de su Imperio, resultaba atípico en la figura de Augusto. Según cuenta en su Vidas de los Césares el escritor latino Suetonio (Aug. 93), el propio Augusto se había negado a visitar el Serapeum de Menfis bajo “la excusa de que él adoraba dioses y no ganado”.

También el templo de Debod tiene su lugar especial para el divinizado Imhotep, visir del faraón Zoser de la III dinastía (2600 a. C.), de quien la tradición decía que había recibido todo su inmenso conocimiento mágico e iniciático por medio de un extraño libro caído del cielo (ver ENIGMAS, año VII nº11). Su imagen aparece grabada en los relieves del templo madrileño, confirmando así la importancia adquirida por esta figura en la época grecorromana.

Hace casi 2.000 años el templo de Debod, al igual que otros santuarios del antiguo Egipto, comenzaba su trabajo mágico-religioso con el inicio del año. El día 15 de junio, según nuestro calendario gregoriano y en la latitud de Menfis (29° 51' N, 31° 15' E), suponía el comienzo del nuevo año. Este momento que solía aproximarse a la aparición en el cielo del amanecer de la estrella Sirio, la Sothis de los griegos, era identificado por los antiguos sacerdotes egipcios como el aviso de la diosa Isis que anunciaba el principio de la inundación del Nilo. En esta fecha los sacerdotes de Debod subían en procesión la estatua de la divinidad a la capilla de Osiris. Esta habitación se encontraba en el techo del templo, la misma estancia en la que en la actualidad hoy podemos disfrutar de una magnífica maqueta que reconstruye el aspecto original del conjunto. El objetivo de esta procesión sagrada no era otro que el de cargar de energía para todo el resto del año la estatua, pieza que en realidad no era más que un simple soporte material utilizado por la esencia del dios para manifestarse.

Esta ceremonia, que también puede observarse en otros santuarios de Egipto, sigue siendo un auténtico misterio. Conservamos, por ejemplo, en algunos templos de época ptolemaica como el de Horus en Edfu o el de la diosa Hathor en Dendera, representaciones de las pomposas procesiones llevadas a cabo por los sacerdotes hasta la terraza del edificio, ascendiendo por estrechas escalinatas que iban a dar a una capilla osiríaca muy similar a la que podemos encontrar hoy en día en el madrileño templo de Debod.

¿El reloj cósmico?

Pero todavía existe un aspecto del templo de Debod que permanece sin una respuesta satisfactoria que colme todos los interrogantes que plantea. Es la extraña “rueda” que hay grabada sobre una de las paredes exteriores de la capilla de Adijalamani. El misterioso dibujo se encuentra en el muro exterior sur de esta antigua capilla, que hoy es la pared interior de un corredor ciego que se prolonga de forma paralela a la estrecha escalera que da acceso al piso superior. Su estado de conservación es ciertamente precario; además, la iluminación es bastante difícil de lograr, lo que supone que con frecuencia este pequeño tesoro pase desapercibido a los numerosos visitantes que a diario se acercan al templo de Debod.

El dibujo en sí está formado por un enorme círculo en cuyo interior puede verse otro de menor tamaño. Por su parte, los dos círculos están divididos en cuatro porciones iguales por el corte de dos ejes de coordenadas.

Hasta ahora nadie ha sabido discernir ni la fecha ni el significado de este misterioso dibujo. Hasta hace bien poco algunos especialistas lo habían identificado con un gnomon, un instrumento empleado por los antiguos griegos para medir las horas de la noche así como el paso de determinadas constelaciones. Si bien es cierto que este detalle cuadra perfectamente con la dinámica de trabajo que se seguía en cualquier templo egipcio, recientemente se ha propuesto una hipótesis quizá más desestabilizadora.

En clave de número “pi”

La última explicación ha sido sugerida por la egiptóloga Teresa Bedman, del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto. Para Bedman la extraña figura geométrica que decora la pared exterior de la capilla de Adijalamani puede ser un mapa celeste compuesto de forma muy esquemática, muy parecido al existente en el techo de la capilla sur de Osiris, en el ya mencionado templo de Hathor, en Dendera.

La hipótesis de Bedman no es en absoluto descabellada. No olvidemos que esa misma pared se convirtió, con la ampliación del templo en época ptolemaica, en la pared norte de una estancia que muy posiblemente sirvió de biblioteca. Además se encuentra pegada a la escalera que llevaba a la capilla osiríaca de la terraza, circunstancia que refuerza aún más la idea de que nos encontremos ante una suerte de mapa celeste o zodíaco empleado por los sacerdotes durante sus observaciones nocturnas para seguir el devenir de algunas estrellas o constelaciones. Igualmente, el grabado también posee en la parte inferior de la pared una división en doce secciones iguales, formada por trazos equidistantes de 36 centímetros que, según Bedman, harían alusión a las doce horas del día y de la noche si hacemos caso a las creencias religiosas egipcias.

Pero lo más significativo de todo es que en palabras de la egiptóloga española “el diagrama también recuerda a la expresión geométrica del llamado triángulo de oro, especie de medida universal que debía recoger la unidad lineal del codo real, además de otras dimensiones tales como el número pi (š), probablemente presente en la base de la Gran Pirámide”.

Es cierto que es inevitable tener que viajar a Egipto para poder “tocar” de cerca todos y cada uno de sus misterios. Sin embargo, también es toda una suerte poder contar con nosotros con este magnífico regalo del Valle del Nilo, por desgracia prácticamente inédito y del que todavía queda mucho que decir.