EGIPTO, el Imperio

Francisco Martín Valentín y Teresa Bedman

Ed. Bibioteca E Mundo

76 páginas.

Madrid, 2004

ISBN 84-423794-994097-00004

Colec. La Historia de la Humanidad, de venta con el diario El Mundo.

 

Mientras tribus beduinas ocupaban el Delta de Egipto, la corte de Menfis había sido abandonada, los palacios saqueados y las leyes esparcidas al viento. Este era el cuadro que describen los textos para hablarnos de lo que los egiptólogos han denominado Primer Periodo Intermedio (hacia el 2350-1994 a. C.). El historiador egipcio Manetón habla de noventa y siete reyes durante las dinastías VII y VIII. Un terrible proceso anárquico dividió Egipto en dos reinos, el heracleopolitano, con sede en Nen-Nesut, junto al Fayum, vio las dinastías IX y X, y el tebano, con la capital en Uaset (Tebas), la dinastía XI. Finalmente, ambos iniciaron una sangrienta guerra civil de la que solo nos hablan las cenizas, restos de la destrucción de Heracleópolis por los tebanos, al mando de Montu-Hotep I. Los dinastas de Tebas, tras su victoria, iniciaron la reunificación de Egipto. El sometimiento al poder real de los independientes Señores Locales, los nomarcas, fue una larga y dura tarea. A la muerte de Montu-Hotep III, su Visir, Amen-em-Hat, tomó el poder. Una nueva y gloriosa dinastía, la XII, supuso un momento de recuperación y esplendor que recordaría los mejores tiempos del Imperio Antiguo. El Imperio Medio había comenzado. Sus reyes, los Amen-em-Hat y los Se-ny-Useret, más vulgarmente conocidos como los Sesostris, constituyeron una saga de poderosos y brillantes gobernantes. Bajo su mandato, Egipto volvió a ser verdaderamente grande. Su literatura alcanzó cotas de clasicismo que permanecerían para siempre. Las grandes obras hidráulicas realizadas en El Fayum seguirían asombrando a los viajeros griegos, mil setecientos años después. Pero fueron escasos doscientos años de gloria. Hacia el 1797 a. C., la dinastía se extinguió. Una vez más, la debilidad del poder real acuciada por las oleadas de infiltración de semitas que, a su vez, huían de otras invasiones desde Palestina, causaron la decadencia egipcia. Tal fue el Segundo Periodo Intermedio. En esta ocasión, además, Egipto debió enfrentarse con nuevas y modernas tecnologías importadas por los invasores: el bronce, la rueda, el caballo y los carros ligeros de guerra. Las dinastías XIV, XV y XVI, fueron las de los reyes hicsos, así los llamaron los egipcios; la XIII y la XVII, las tebanas. Finalmente, doscientos cincuenta años de oprobio y humillación hicieron a los de Tebas alzarse en rebelión y reconquistar Egipto. Fue una larga guerra que duraría desde Se-Ken-en-Ra Tao hasta Thutmosis III. La dinastía XVIII, la más esplendorosa de la historia egipcia fue la encargada de cerrar este glorioso ciclo de hazañas. Primero se expulsó a los asiáticos de suelo egipcio, luego se les persiguió en el pasillo sirio, finalmente, se conquistó el territorio que iba desde la frontera egipcia al Eúfrates, para que no volvieran a repetirse tan horribles acontecimientos. Los Thutmosis y los Amen-Hotep se batieron una y otra vez, al Este y al Sur, controlando a sus potenciales enemigos y haciéndoles sus tributarios. Egipto se convirtió en el centro del mundo; todas las riquezas afluían al valle del Nilo, como una corriente benéfica. En el interior, crisis políticas en la sucesión al trono, y el imparable crecimiento del poder del clero de Amón, el dios imperial que daba las victorias a los reyes, amenazaron con sofocar tanto esplendor. La crisis estalló bajo Amen-Hotep III. Su hijo, Aj-en-Atón, se enfrentó a Amón y a los demás dioses. Su dios, el Disco Atón, fue el único, pero por poco tiempo. Una tremenda crisis sacudió todo Egipto como un gran terremoto. La ciudad de El Amarna, el ‘Horizonte del Disco’, fue el refugio desesperado de los miembros de la realeza que habían rechazado la tutela de Amón. Un niño, Tut-Anj-Amon,  fue el elegido para enterrar este caduco mundo. Después, Egipto doblaría la esquina de su historia. Nueva restauración; esta vez fue un General del ejército, Hor-em-Heb. De su mano, Egipto trató de curar sus heridas seculares, pero ya era tarde. La decadencia había comenzado. Las tensiones interiores, representadas por el insaciable ansia de poder y riqueza del clero de Amón a costa de la Casa Real, y las exteriores, materializadas en los enormes cambios provocados por los grandes movimientos de masas indoeuropeas, pusieron a Egipto de rodillas. Los últimos resplandores brillaron con los reinados de Ramsés II y Ramsés III. Finalmente, la división de la Tierra Negra en dos mitades, el Norte para los dinastas libios, y el Sur para los Sumos Sacerdotes de Amón, también militares de origen libio. El Imperio Nuevo había terminado, la anarquía Libia había comenzado. Egipto fue entregando su vida lentamente, como el río Nilo vierte sus aguas en el Mediterráneo.

Francisco J. Martín Valentín

Director del I.E.A.E. 

Director del Proyecto Sen-en-Mut. Luxor.

Egipto.