LAS INSTITUCIONES RELIGIOSAS PAGANAS�
EN EL EGIPTO ROMANO
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           Por D. Francisco J. Mart�n Valent�n Director del I.E.A.E y� del Proyecto Sen en Mut. 
           
           �
          Los dioses en
          el Egipto romano.
          Cuando
          tradicionalmente se ha hablado para el Egipto romano de divinidades de
          �origen griego�, frente a divinidades de �origen egipcio�, se
          ha cometido una gran imprecisi�n.[1] Tratar de hacer una
          clasificaci�n del pante�n egipcio de �poca romana con arreglo a
          tales divisiones, no parece adecuado. Los egipcios siempre fueron
          tolerantes en materia religiosa (hecha excepci�n del par�ntesis am�rnico).[2]
           
           Esta
          tolerancia egipcia, mestizada con la tradicional aceptaci�n romana de
          los cultos extranjeros, lleva a pensar que, tanto en las aldeas
          egipcias, como en las capitales administrativas o �nomos�, nadie
          distingu�a en modo alguno entre religi�n grecorromana o religi�n
          egipcia como, si cada una de ellas fueran consecuencia de diferentes
          expresiones piadosas. El proceso que en realidad se produjo, fue la
          consecuencia de una asimilaci�n de los antiguos principios divinos
          con los reci�n venidos, procedentes del mundo griego, a trav�s del
          mundo helen�stico, y de �stos, con los conceptos religiosos romanos.[3] 
           Este
          fen�meno se inici� en las colonias griegas de Egipto cuyos
          integrantes adoraban dioses egipcios bajo una forma helenizada. El h�bito
          de asimilar divinidades comenz� a practicarse desde la �poca de los
          primeros asentamientos griegos en Egipto, durante los siglos VII -VI
          a. C., momento en el que los comerciantes y mercenarios griegos se
          instalaron en el Delta y en Menfis, a requerimiento de los reyes de
          Sais. (dinast�a XXVI).[4]
           
           Lo
          m�s sorprendente es que, andado el tiempo, las principales
          divinidades nil�ticas eran vulgarmente conocidas bajo dos nombres: el
          tradicional egipcio y el novedoso griego, a trav�s del cual se
          buscaba la asimilaci�n de dichas divinidades con las del pante�n hel�nico.[5]
           
           As�,
          el dios Am�n, era J�piter-Zeus, y los dioses Osiris e Isis,
          equivalentes a Baco-Dionisos y Ceres-Dem�ter.  
           Otro
          fen�meno habitual resid�a en la costumbre de asimilar una ciudad o
          nomo con un dios. As�, Menfis era conocida como la ciudad de
          Hefaistos, es decir del dios Ptah. Thot de Herm�polis, era denominado
          Hermes.[6]  
           Tal
          pr�ctica funcion� activamente en tiempo de los Ptolomeos y,
          naturalmente, prosigui� bajo el dominio romano. Estrab�n explica
          que, debajo de los nombres griegos de los dioses y ciudades egipcias,
          subyac�an los egipcios de siempre. 
           El
          proceso de integraci�n sigui� bajo Roma. Por ejemplo, era muy
          habitual que si alguien proced�a de la ciudad de Edfu, donde se
          adoraba al dios Horus, asimilado a Apolo, el individuo en cuesti�n
          adoptase el nombre de Apollonios, es decir, �el de Apolo�.[7]
           
           Otro
          ejemplo del proceso de asimilaci�n fue el del dios cocodrilo Sobek,
          cuyo nombre fue helenizado como �Sucos�. Sin embargo, tambi�n era
          llamado, seg�n de qu� localidad egipcia se tratase Soknebtunis, en
          Tebtunis, Sokonokonnis en Bacchias, Petesukos en Karanis y as�, otras
          variantes documentadas en diferentes localidades egipcias.[8]
           
           Algo
          an�logo suced�a con la diosa Ta-Ueret, monstruoso ser, medio le�n,
          medio hipop�tamo. Era la deidad tutelar de la localidad de Oxyrhyncos
          , y all� era asimilada a la diosa griega Atenea. Tambi�n se la conoc�a
          por el nombre egipcio helenizado �Thueris� y su templo era
          denominado el Thuereion. [9] 
           De
          igual modo pueden constatarse casos netamente diferentes, consistentes
          en el fen�meno contrario: hubo divinidades muy localizadas, con un
          gran arraigo en su lugar de implantaci�n, que no pudieron ser
          asimiladas a ninguna divinidad extranjera. Tal, el caso de Mandulis,
          divinidad nubia adorada en el distrito de la zona de primera catarata,
          en Talmis. Se han encontrado graffiti escritos en lengua griega, en
          honor de este dios, pertenecientes a la �poca que oscila entre
          Domiciano y Antonino P�o, de los que parece fueron autores soldados
          romanos, integrados en las guarniciones de la zona.[10]
          En cualquier caso el culto a los animales sagrados que practicaban los
          egipcios siempre horroriz� a los romanos. Para ellos se trataba de
          incomprensibles pr�cticas propias de b�rbaros. 
           Y
          hubo casos en los que naturaleza de ciertas divinidades se �humaniz�
          a trav�s de las ideas de los ocupantes grecorromanos. Por ejemplo el
          dios Nilus y su esposa Euthenia. Si bien el primero podr�a tener su
          origen en el egipcio Hapy, personificaci�n divinizada del r�o, su
          divina esposa de �poca grecorromana no tiene paralelo o antecedente
          claro en el pante�n netamente egipcio.[11] 
           Lo
          m�s chocante es que las divinidades m�s importantes de Egipto eran
          conocidas e invocadas indistintamente por su nombre egipcio, o por su
          nombre grecorromano. Es indiscutible que, para cuando los romanos
          conquistaron Egipto, exist�a ya desde hac�a por lo menos tres siglos
          una clase social letrada que pensaba en Hat-Hor y hablaba de Afrodita,
          o invocaba a Pan y se estaba dirigiendo a Min.[12] 
           � 
           La religi�n
          egipcia en Roma
          Es
          indiscutible que, bajo la influencia romana, la religi�n egipcia no
          experiment� los avances evolutivos que hab�a conocido bajo los
          Ptolomeos. Pero, sin embargo, se produjeron notables casos de extensi�n
          de cultos originalmente egipcios que sufrieron sensibles
          modificaciones, aportadas por el genio romano, los cuales trajeron
          consigo curiosos efectos.� En
          cualquier caso, si los romanos adoptaron e importaron a la pen�nsula
          italiana alg�n culto egipcio fue despu�s de haberlo �traducido�
          y acoplado a los esquemas propios de la religi�n romana. 
           De
          hecho, tres grupos sociales romanos fueron los principales veh�culos
          de la extensi�n de estos cultos nil�ticos en el orbe romano: los
          militares, los comerciantes y los esclavos. De estas influencias
          tenemos constancia, incluso en la Pen�nsula Ib�rica.[13]
           
           El
          establecimiento de unidades militares como la Legio VII, por ejemplo,
          procedente de acantonamientos tan distantes entre s� como la frontera
          del Danubio, el Rhin o el norte de Africa, propici� la extensi�n por
          tan diferentes lugares del Imperio de los cultos nil�ticos
          reformados.[14]
          De otra parte, el benepl�cito imperial tambi�n fue un factor
          determinante para la difusi�n e implantaci�n de estos cultos pr�cticamente
          por todos por los territorios del Imperio, fuera de Egipto.  
           Como
          se ha dicho m�s arriba, la tolerancia romana hac�a de estos cultos
          �religiones aceptadas� que, primero, se modificaron y, finalmente,
          terminaron� imponi�ndose
          a los ciudadanos. Los cultos isiacos y de Serapis hab�an llegado
          hacia el a�o 150 a. C. hasta la Campania, por medio de los
          comerciantes italianos de Delos: Puzzoles y Pompeya eran las cabezas
          de puente de esa infiltraci�n.[15]
           
           Hacia
          el a�o 100 los cultos de origen egipcio est�n ya en Roma y se
          introducen en los �mbitos populares. Su implantaci�n en la urbe se
          produjo en tiempos de Sila, quien favoreci� a estas cofrad�as por su
          arraigo popular, aunque fueran perseguidos y�
          prohibidos en varias ocasiones. Por ejemplo, en los a�os 59,
          58 y 53 a C. el Senado ordena la destrucci�n de los altares elevados
          a los dioses egipcios; en el 50 el Senado ordena demoler un templo de
          Isis y Serapis, cuya localizaci�n se desconoce.[16]
          En el 48, despu�s del asesinato de Pompeyo en Pelusio, un prodigio
          sucedido en el Capitolio inclina a tomar la decisi�n, a causa de los
          augurios, de destruir definitivamente el templo de los dioses
          egipcios.[17]
           
           Un
          notable ejemplo de tal fen�meno fue el caso del dios Serapis.[18]
           
           Este
          dios ya era conocido y adorado en tiempo de los griegos. De hecho, fue
          implantado como patrono de Alejandr�a por Ptolomeo I, Soter.[19]  
           Su
          inicial aspecto egipcio (expresi�n del sincretismo del dios Osiris y
          del toro sagrado Apis) fue r�pidamente superado por una representaci�n
          completamente antropomorfa de corte absolutamente helen�stico.  
           Los
          romanos ve�an en �l a los dioses Hades, J�piter-Zeus o
          Neptuno-Poseid�n. A partir de la �poca romana este dios, egipcio de
          origen, transformado en divinidad helen�stica, fue adoptado por los
          conquistadores, extendi�ndose su culto a otros lugares diferentes de
          Alejandr�a. Incluso en occidente y en la Urbe, su implantaci�n
          alcanz� notables niveles. 
           Roma
          potenci� el papel de este dios como divinidad tutelar de Alejandr�a
          y consigui� que su culto se expandiera por todo el Imperio bajo una
          forma de culto sincr�tico que recibi� el nombre de
          Zeus-Helios-Serapis.�  
           �Que
          decir de los cultos is�acos!. En el caso de la diosa Isis podemos
          hablar de la asunci�n por Roma de un culto extranjero como si siempre
          le hubiera sido propio.[20]
          Su papel de �madre universal� ser� bien comprendido por Roma y
          asimilado con prontitud.  
           A
          partir de la segunda mitad del siglo I y la primera del II, los
          emperadores manifestaron una actitud filoegipcia que favoreci� el
          crecimiento del culto a Isis y a Serapis Ser�a con Cal�gula cuando,
          asimilada a Venus, el culto is�aco se implantase en la urbe de modo
          definitivo. De esta �poca data un templo que se erigi� a la Isis
          Campensis en el Campo de Marte. Los emperadores Domiciano y Caracalla
          seguir�an el ejemplo del anterior. Este �ltimo har� edificar en el
          217 un templo la diosa Isis en el interior Pomaerium. 
           La
          importancia que cobr� el culto de esta divinidad egipcia en el orbe
          imperial se demuestra por la gran cantidad de peque�os Isieion que
          salpicar�an Roma y las principales ciudades del Imperio, como centros
          de culto a la diosa. De su culto surgir�a pronto la religi�n inici�tica
          por excelencia.  
           Sus
          fieles se reclutaban entre los egipcios que viv�an en la pen�nsula
          italiana pero tambi�n fueron sus ac�litas mujeres libertas de origen
          oriental. 
           En
          Roma se practicar�an cultos a diversos aspectos de Isis (la Isis
          lactans, la Isis Triunfante, la Isis Maga). Ella y el ni�o Horus-Harpocr�tes
          ser�an objeto de actividad cultual muy destacada a lo largo de los
          siglos II-III de C.  
           Hay
          un tercer caso de desarrollo de teolog�a egipcia helenizada bajo la
          influencia de Roma. Se trata del dios Thot.  
           La
          creciente influencia de los cultos egipcios en el orbe romano fue un
          campo abonado para la implantaci�n de la nueva teolog�a de este
          dios, patr�n de los escribas y de la escritura, la ciencia sagrada
          detentada por los hierogr�mmatas.  
           Bajo
          el nombre de Hermes Trimegistos se hizo de �l un profeta, atribuy�ndosele
          facultades inici�ticas y capacidades de revelaci�n divina. 
           Veamos
          ahora una peque�a relaci�n de algunos dioses egipcios con sus
          identificaciones romanas: 
           Venus-Hathor;
          Apollon-Horus; Marte-Onuris; Diana-Bastet; Minerva-Neith; Saturno-Gueb;
          Ceres-Isis; Baco-Osiris; (Helios) Sol-Ra; Vulcano-Ptah; Juno-Mut; H�rcules-Jonsu;
          Mercurio-Thot; Heron-Atum; Leucothea; Nejebet; Latona-Uadyit; Pan-Min;
          Tif�n-Seth; J�piter-Am�n. 
           � 
           La iconograf�a
          fara�nica en los cultos grecorromanos en Egipto[21]
          Este
          es otro interesante campo abierto para la investigaci�n. La tradici�n
          fara�nica quer�a que los dioses deb�an ser representados de modos
          espec�ficos �a la egipcia�. Los Ptolomeos conservaron�
          la misma manera de hacer con la representaci�n de las im�genes
          divinas en los templos.  
           Los
          romanos continuaron esta tradici�n. Sin embargo, lo que en los muros
          de los templos subsiste, var�a claramente en el interior de los
          monumentos funerarios del siglo II de C. en adelante, como es el caso
          de las catacumbas de Kom El Shugafa, en Alejandr�a. All�, puede
          verse la mesa de ofrendas tradicional y las sillas egipcias,
          sustituidas por el triclinium para acomodar a los familiares del
          difunto durante la comida funeraria. 
           A
          partir de dicha fecha desaparecer�n del comercio de la imaginer�a
          sagrada los bronces t�picos egipcios, para ser sustituidos por
          terracotas y bronces que representan divinidades vestidas �a la
          romana� o �a la griega�. La transformaci�n de la iconograf�a
          de las divinidades desde lo netamente egipcio a lo claramente romano
          se observa de modo creciente, por ejemplo, en las im�genes de las
          Isis vestidas con t�nicas dispuestas y plisadas al estilo helen�stico.[22]
           
           Otro
          caso, la patrona de la ciudad de Sais, la diosa Neith, cuyos s�mbolos
          eran dos flechas y un escudo, fue representada a partir del siglo II,
          en alguna ocasi�n, con atributos propios de Minerva-Atenea, la diosa
          de la guerra.  
           Hay
          muchos m�s casos, y todos ellos vienen a demostrar que la comunidad
          de convivencia en Egipto, durante el dominio de Roma, admit�a sin
          problemas que las divinidades locales y las nacionales fuesen las
          mismas para griegos, romanos o egipcios, y que todos los cultos,
          estaban establecidos para reforzar al fara�n-emperador (kaisaros
          autokrator) como intermediario entre los dioses y los hombres, y como
          garant�a de la buena marcha y expresi�n del buen estado de salud pol�tica
          del Imperio. 
           � 
           Los
          cultos romanos en Egipto. 
           
           No
          hay demasiados restos de los cultos romanos en el Valle del Nilo.  
           Los
          nombres de divinidades romanas aparecen ocasionalmente en ciertas
          inscripciones. Por ejemplo, J�piter cerca de la primera catarata,�
          J�piter Optimus Maximus en Coptos, o Mercurio en Pselkis. La
          raz�n de la escasez de estas menciones es que, en tales casos se ha
          utilizado el lat�n para realizar las inscripciones y, es sabido que
          el mundo romano en Egipto se expres� preferentemente en lengua
          griega.  
           El
          �nico dios de origen romano que s� parece haber recibido culto en
          Egipto es el J�piter Capitolino, a quien se elev� un templo en
          Arsinoe. Sin embargo, los actos de culto realizados en este templo
          parece que estaban m�s, vinculados con la Casa Imperial o con la
          diosa Roma, que con la propia divinidad del emperador.  
           De
          lo que s� existe abundante referencia, es de la existencia de templos
          dedicados al culto de varios emperadores y emperatrices. Se conocen
          templos en Alejandr�a, Arsinoe, Oxyrhyncos, Herm�polis, Elefantina y
          File. Los beneficiarios fueron Augusto, Trajano, Hadriano, Antonio P�o
          y Faustina.  
           No
          obstante, no parece que existiera una consideraci�n de los
          emperadores como dioses propiamente dichos, sino en ciertos casos como
          el de Cal�gula, adorado como tal, solo por los ciudadanos
          alejandrinos, o Vespasiano, tambi�n en Alejandr�a.  
           Tambi�n
          parece haberse producido una asimilaci�n indirecta de un emperador
          con una divinidad: es el caso de Augusto adorado como Zeus(J�piter)-Eleutherios.
          Algo parecido sucedi� con Ner�n, adorado como dios genio del mundo,
          vinculado con el Agathodaemon, a quien se dio culto en Alejandr�a. La
          emperatriz Plotina tambi�n fue asimilada, en esta especie de
          seudo-deificaci�n, con una nueva Venus-Afrodita procedente de
          Tentyris.  
           Las
          estatuas de los emperadores que fueron erigidas en los templos no se
          podr�an calificar exactamente como im�genes divinas. Lo mismo se
          puede decir acerca de la constancia que tenemos de los festivales
          celebrados en los aniversarios imperiales, los cuales estaban
          dirigidos, m�s a ensalzar la figura humana del emperador, que a
          realizar ning�n acto de culto.  
           Se
          hicieron consagraciones dedicatorias al genius del emperador, lo que
          se reconoce como f�rmula t�picamente romana. El culto al genius del
          emperador dado en Egipto parece tener ciertas conexiones con el de la
          diosa Roma pero, aunque, la figura de esta divinidad aparece en
          ciertas monedas acu�adas en Alejandr�a, no hay constancia de que se
          la haya dado culto divino en Egipto. 
           � 
           La
          organizaci�n clerical en el Egipto romano 
           
           Los
          romanos, de acuerdo con su tradicional pol�tica de tolerancia
          religiosa, no interfirieron notablemente en el ejercicio de las
          antiguas devociones egipcias o griegas en Egipto. De hecho, la religi�n
          egipcia tradicional considerada en su aspecto de �religi�n
          oficial� y, como tal mantenida en los templos por los colegios
          sacerdotales, no supuso ning�n declive, sino m�s bien, al contrario
          un momento de especial esplendor en Egipto.[23] 
           La
          mayor preocupaci�n de Augusto, despu�s de incorporar Egipto a Roma
          como provincia senatorial, tras la batalla de Actium, fue asegurarse
          de que el clero egipcio no ser�a un centro de reivindicaci�n
          nacionalista, como fue el caso bajo el dominio de los Ptolomeos. Esto
          lo consigui� colocando los dominios afectos a los templos, y el
          ejercicio de la actividad religiosa, bajo el control de un oficial
          romano como alto responsable del clero, con categor�a de Sumo
          Sacerdote de todos los cleros en Alejandr�a, y en todo Egipto.  
           En
          efecto, el sistema romano de control del clero egipcio fue riguroso y
          nada conciliador con el relajamiento de las costumbres o consentidor
          de ning�n tipo de concentraci�n de poder sacerdotal.�
           
           Por
          comparaci�n con los tiempos de los L�gidas la situaci�n vari�
          enormemente. En tiempo de los Ptolomeos, por ejemplo, los Sumos
          Sacerdotes del dios Ptah de Menfis no hab�an cesado de acrecentar su
          poder pol�tico y econ�mico, hasta el punto de haber llegado a ser
          verdaderos co-gobernantes de Egipto con los monarcas alejandrinos. Era
          el dios Ptah el que entregaba la corona de Egipto a los monarcas
          griegos.  
           Alrededor
          del 20 a. C. muri� un Supremo Sacerdote de Ptah, llamado Psenamunis.
          No tuvo sucesor, de modo que la supervisi�n de ese clero egipcio y la
          de sus numerosos bienes pas� a ser ejercida por el control romano.[24]  
           Por
          un Decreto del Prefecto Petronio, dictado en el a�o 19-20 a. C., se
          confiscaron las tierras pertenecientes a los templos. Despojados de
          sus bienes e ingresos, los sacerdotes perdieron tambi�n el poder pol�tico
          que hab�an pose�do hasta entonces.[25] 
           En
          el mencionado decreto se otorgaba a los sacerdotes, a cambio de la
          expropiaci�n sufrida, una de estas dos posibilidades para subvenir a
          sus necesidades econ�micas: o bien aceptar un salario anual, o
          dejarles la libre propiedad de una parcela de tierra, calculada en
          funci�n de la importancia del templo, y fijada seg�n un baremo muy
          estricto.�  
           Atacados
          en su poder econ�mico los sacerdotes no tardaron en ver afectado
          tambi�n su estatuto personal. En el a�o 4 a. C. otro edicto del
          prefectorio impuso a los templos la obligaci�n de entregar todos los
          a�os una lista de los miembros que integraban su clero.[26]
           
           Todos
          los que no eran de origen sacerdotal cuando se dict� dicho decreto
          fueron excluidos del r�gimen de exenciones fiscales, debiendo pagar
          sus impuestos a Roma. Solo se respet� el beneficio de exenci�n del
          impuesto a los sacerdotes de alto rango, de modo que todos los
          integrantes del clero inferior, debieron hacer frente a sus
          obligaciones para con el fisco romano. 
           A
          partir de este momento, el �ideologos� ejerci� la magistratura
          superior del clero en Egipto. Su actuaci�n ha quedado muy detallada
          gracias a la recopilaci�n de resoluciones, consecuencia del ejercicio
          de su funci�n, que eran aplicadas como precedentes, cuyo conjunto se
          denominaba el �Gnomon� (se conoce una copia datable en el 150 d.
          C.).� El �Gnomon�
          constituye para la �poca del dominio romano en Egipto, el equivalente
          al papiro conocido como �Onomastica�, de la dinast�a XIX
          (1292-1196 a C.).[27]
           
           Se
          trata de un cat�logo que refiere minuciosamente c�mo se ejerc�a la
          funci�n sacerdotal en sus m�nimos detalles. La jerarqu�a, el
          desempe�o de las funciones, el vestido de los sacerdotes y otras
          materias semejantes estaban minuciosamente reguladas en esa colecci�n
          de preceptos. Los inspectores visitaban los templos y realizaban
          encuestas sobre el exacto desempe�o de las funciones sacerdotales,
          deteniendo y llevando a Alejandr�a a los remisos y a los
          transgresores. Era una expresi�n m�s del �ordo romanus�. 
           La
          direcci�n de los templos estaba bajo el control de un �collegium�
          de notables, elegido anualmente entre los sacerdotes.  
           El
          cargo de �sacerdote� pertenec�a al Estado, y cuando se produc�a
          una vacante, por ejemplo, uno a quien su hijo no pod�a sucederle o,
          si el puesto era de nueva creaci�n por decisi�n administrativa, se
          pon�a a venta p�blica hasta que el magistrado responsable
          consideraba que se hab�a alcanzado un precio razonable para proceder
          a su adjudicaci�n.[28] 
           Esta
          situaci�n dur� hasta el establecimiento del Senado local en el 200
          de C. A partir de este momento los templos fueron regulados por el
          sistema municipal y sus recursos fueron entonces controlados por
          curatores designados por el Senado.[29]
           
           La
          organizaci�n clerical de los templos egipcios se dividi� b�sicamente
          en dos grandes grupos: el superior, integrado por los sacerdotes o
          profetas en sentido estricto; el inferior, constituido por los
          miembros auxiliares de los primeros. A su vez, estos cuerpos
          sacerdotales, superior e inferior, se divid�an en castas o clases.
          Los de m�s alto nivel eran los �profetas� y los �estolistas�.
          Tambi�n se hallaban entre esta clase superior del clero, los
          �portadores de plumas�, los �escribas sagrados�, los
          �portadores del sello� y los �observadores del firmamento�.[30] 
           En
          la parte inferior del clero se hallaban los servidores (por ejemplo
          los pastophoroi, encargados de transportar la barca sagrada del dios).
          Eran gentes que, de ordinario, compatibilizaban el ejercicio de sus
          funciones religiosas con sus oficios y trabajos seglares. Otros,
          estaban dedicados al cuidado de los animales sagrados; o bien desempe�aban
          las funciones de m�sicos o cantores del dios.[31] 
           En cuanto al
          programa constructivo religioso de los emperadores en Egipto, el
          asunto resulta, cuanto menos, espectacular. 
          Bajo Augusto y
          Tiberio se ejecutaron muy amplios trabajos de construcci�n, decoraci�n,
          restauraci�n y preparaci�n de toda clase en los templos de Egipto.
          Los trabajos prosiguieron bajo los Antoninos, hasta el reinado de C�modo
          (180-192), con una actividad especial bajo Antonino P�o. En tiempos
          de la dinast�a Severa los trabajos se redujeron enormemente, hasta
          cesar por completo.[32]
          Durante
          el siglo que dur� la dinast�a Julio-Claudiana (Augusto, Tiberio, Cal�gula,
          Claudio y Ner�n), desde el 30 a. C. al 68 de C., los nombres de estos
          emperadores aparecen por todo Egipto: Ant�noe, Assuan, Athribis,
          Berenike, IBGE, Coptos, Dakka, Dendur, Debod, Deir El-Hagar, Deir El-Medineh,
          Dendera, Edfu, Esna, Hu, El-Kala, Kalabsha, Karanis, Karnak, Kom Ombo,
          Luxor, Medamud, Medinet Habu, Filadelfia, Fil�, Shenhur, Wannina. 
           Los
          ef�meros emperadores Galba y Ot�n (68-69) dejaron sus trabajos en
          Deir El-Sheluit. 
           Durante
          la era Flavia (69-96) con Vespasiano, Tito y Domiciano, se hicieron
          trabajos de cierta importancia en Assuan, Deir El-Sheluit, Deir El-Hagar,
          Dendera, Dush, Esna, Karnak, Kom Ombo, Kom el-Resras, Medamud, Medinet
          Habu, Nag El-Hagar, Fil� y El Kasr. 
           Bajo los
          antoninos (Nerva, Trajano, Adriano, Antonio P�o, Marco Aurelio y
          Commodo) se trabaj� demostrando una�
          gran actividad en Antaepolis, Asfun El-Matana, Assuan, Deir
          El-Sheluit, Dendera, Dush, Armant, Esna, Guiza, Hu, Kalabsha, Karanis,�
          Kom Ombo, Komir, Luxor, Medamud, Nadura, Pan�polis, Fil�,
          Kasr El-Zay�n, Theadelfia y Tod.�
          
          A partir de este
          momento, despu�s del 180, parece que los trabajos en los templos de
          Egipto quedaron casi completamente interrumpidos. Solo consta la
          ejecuci�n de algunos relieves en el templo de Esna, donde se leen los
          nombres de Septimio Severo, Caracalla, Alejandro Severo y, m�s tard�os,
          los de Filipo el �rabe y Trajano Decio (249-251).[33]
          Se puede concluir
          que, durante el dominio romano en Egipto la religi�n ind�gena se vio
          caracterizada por dos notas esenciales: gran auge de las
          construcciones de los templos, y control efectivo y�
          el debilitamiento del clero, para controlar y neutralizar su
          poder e influencia sobre el pueblo ind�gena. 
          Contando con
          estas limitaciones, podemos decir que los principios fundamentales de
          las tradiciones religiosas egipcias fueron garantizadas al modo
          romano, permaneciendo en ejercicio y vida constantes, hasta los
          inicios� del siglo IV.
          � 
           
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           [1] Yoyotte, J. �Les dieux dans l��gypte romaine�. En �gypte romaine. L�autre �gypte�. Marseille, 1997, 179. [2]
              Morenz, S. La religion �gyptienne, essai d�interpr�tation.
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              Erman, A. La religion des �gyptiens. Paris, 1937, 476-477. 
               [4]
              Yoyot 
               te,
              J., Op. cit. 1997, 179. 
               [5]
              Ibidem. 
               [6]
              Ibidem. 
               [7]
              Ibidem, 179. 
               [8]
              Milne, J.� G.� A History of
              Egypt under roman rule. London,�
              1924, 186-187. 
               [9]
              Ibidem, 187. 
               [10]
              Ibidem, 187-188. 
               [11]
              Milne, J. G. Op. cit. 1924, 191. 
               [12]
              Yoyotte, J., Op. cit. 1997, 179. 
               � 
               [13]
              Garc�a Bellido, A. �El
              culto a Serapis en la Pen�nsula Ib�rica� BRAH, vol. CXXXIX
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               [14]
              Drexler, W. Aus f�hrliches Lexikon der griechischen und r�mischen
              Mythologie. II, col. 373 y ss. � 
               [15] Grenier, J. C. �L��gypte hors d��gypte: l��gypte dans Rome.� En �gypte romaine. L�autre �gypte�. Marseille, 1997, 252. [16] Donadoni, S. �Rom�. Lexikon der �gyptologie. Wiesbaden, 1984, B. V, 299. [17] Ibidem, 301. [18] Holbl, G. �Serapis�. Lexikon der �gyptologie. Wiesbaden, 1984, B. V, 870-874. [19] Ibidem, 870. [20]
              �Isis� en Lexicon Iconographicum Mythologiae Classicae, T. V,
              1, 761-796. 
               [21]
              Se consultar� con car�cter general Parlasca, K. Repertorio
              d�arte dell�Egitto greco-romano. Tres
              vol�menes. Palermo- Roma. 1969-1980. 
               [22]
              Roullet, A. The Egyptian and Egyptianizing Monuments of Imperial
              Rome. EPRO, 20. Leyde, 1972,�
              95.  
               [23]
              Milne, J.� G.� Op. cit.,�
              1924, 180-181. 
               [24] Grenier, J. C. �La religi�n traditionelle: temples et clerg�s�. En �gypte romaine. L�autre �gypte�. Marseille, 1997, 177 [25]
              Ibidem. 
               [26] Ibidem. [27]
              Milne, J. G. Op. cit. 1924, 181. 
               [28]
              Grenier, J. C. Op. cit., b), 1997, 177. 
               [29]
              Milne, J. G. Op. cit. 1924, 181. 
               [30] Ibidem, 183-184. [31] Ibidem. [32]
              Ibidem, 181. 
               [33]
              Para la relaci�n de las
              obras realizadas por los emperadores romanos en Egipto se
              consultar� con car�cter general Porter, B.,�
              Moss, R. y (Malek, J.).-
              Topographical�
              Bibliography of Ancient Egyptian Hieroglyphic Texts,
              Reliefs, and Paintings.
              Ocho vol�menes.
              Oxford, 1934-1981. 
               � 
               �  |